Los resultados electorales del pasado 2 de febrero indican que el próximo parlamento estará sustentado en cuatro fracciones, que en conjunto suman 49 diputados, equivalentes al 85% del total de miembros. Las cuatro fracciones corresponden a partidos con trayectoria, fundamentos políticos e ideológicos y experiencia en el juego parlamentario, que auguran buen nivel en el debate y, en razón de ese nivel, también posibilidad de forjar acuerdos importantes para el país y para la población.
Se habla sin mayor confirmación de una suerte de “coalición teocrática” conformada por diputados de distintas bancadas unipersonales, cuyo denominador común es la oposición a proyectos que se encuentran en la corriente legislativa inspirados en criterios de equidad, igualdad de oportunidades y derechos humanos.
Ese es el cuadro general legislativo que arrancará el próximo 1º de mayo y que podría significar un cambio importante en cuanto a la conformación parlamentaria con respecto a los últimos años. Llevamos más de diez de años de permanente prédica contra el bipartidismo, asociado a lo más tenebroso y perverso que pueda darse en el mundo de la política. Fruto de ese discurso ha sido la proliferación de partidos y minipartidos, algunos de efímera existencia, que han emergido en el espectro político nacional, alcanzado incluso representación parlamentaria.
Hoy prima el multipartidismo, aunque ese fenómeno no es exactamente nuevo. Cabe citar que en la Asamblea Legislativa del período 74-78 hubo ocho fracciones parlamentarias y en etapas posteriores, con diferencias de número, se repitió el mismo fenómeno pluralista. La diferencia estriba en que entonces la Asamblea sustentaba su quehacer en dos bloques políticos mayoritarios, lo que se fue erosionando hasta llegar a la situación hoy vigente.
Inclusive, a partir de 1970, con la llegada de la izquierda a la Asamblea, aunque por número de diputados sus fracciones siempre fueron pequeñas, su solidez política e ideológica y su honestidad constituyeron elementos fundamentales para hacer control político e imprimirle un cierto equilibrio a la labor del parlamento.
Sin dejar de lado fenómenos de corrupción asociados al bipartidismo, que le hicieron mucho daño al país y han contribuido al descrédito de la “clase política”, resulta incuestionable que lo que hoy es nuestro país en desarrollo, calidad de vida de la población, particularmente en salud, educación y oportunidades, estabilidad jurídica y fortaleza institucional, en mucho se lo debe a ese bipartidismo parlamentario vigente en la segunda mitad del siglo pasado.
Hoy la realidad es diferente. Desapareció el bipartidismo y en su lugar prima la diáspora política legislativa, con el agravante de que, al interior mismo de las fracciones se ha diluido la disciplina partidaria y la acción conjunta de sus respectivos diputados. No pocos representantes de micro fracciones actúan más como embajadores de sus comunidades, o de sus creencias, que como legisladores, lo que trae consigo un vicio muy peligroso, cual es trocar el voto a favor de determinado proyecto por alguna obra comunal o religiosa, y en no pocos casos, por algún beneficio personal.
Esto no es exactamente nuevo, pero ha cobrado mayor fuerza con el deterioro del bipartidismo. La necesidad de alcanzar los votos necesarios para aprobar un proyecto lleva a un interminable proceso de negociación con los jefes de fracción, con sectores al interior de las fracciones y hasta individualmente con cada diputado. Aquí se dan negociaciones absolutamente válidas en un parlamento, intercambiar apoyos a proyectos, pero también se generan otras prácticas que riñen con la ética y le causan mucho daño al propio parlamento.
Estamos ahora frente a un panorama con cuatro fracciones representativas y con posiciones claras sobre temas cardinales del país. Un panorama más prometedor que el existente. Como el parlamento es por esencia negociación y no se puede legislar sin ese ingrediente fundamental, hay optimismo de que estas cuatro fracciones, sin obviar sus diferencias, puedan encontrar el lenguaje común y los mecanismos necesarios para construir acuerdos y darle al país una buena y oportuna legislación, simultáneamente con debates fuertes, como debe ser en un parlamento de calidad, que se constituyan en cátedras de educación cívica para la población.
*Periodista, asesor parlamentario.