Hace unos días conversaba con un grupo de jóvenes recién graduados de un colegio técnico. Uno de ellos me contó que ha enviado más de 50 currículums y aún no consigue trabajo.
Tienen buenas notas, han pasado por entrevistas, pero en todas les piden algo que nunca les enseñaron en su formación: liderazgo, capacidad para resolver problemas y trabajo en equipo.
Esta historia no es una excepción, sino la realidad de miles de costarricenses.
Mientras el mundo avanza a pasos agigantados, nuestro sistema educativo sigue atrapado en un modelo que premia la memorización por encima de la creatividad, que evalúa con exámenes, en lugar de proyectos prácticos, y que deja de lado las habilidades que realmente marcan la diferencia en la vida profesional y personal.
Según el Foro Económico Mundial, más del 65% de los niños que hoy ingresan a la primaria trabajarán en empleos que aún no existen. ¿Cómo vamos a prepararlos si seguimos enseñando como hace 50 años?
Hoy más que nunca el éxito no depende solo de cuánto sabemos, sino de cómo usamos ese conocimiento. Podemos formar ingenieros brillantes, pero si no saben comunicar sus ideas o trabajar en equipo, difícilmente lograrán destacarse. Podemos graduar a cientos de técnicos en tecnología, pero si no son resilientes y capaces de adaptarse al cambio, quedarán rezagados.
Las habilidades blandas ya no son un lujo, sino una necesidad. Es hora de actualizar nuestro sistema educativo con una visión más integral y adaptada a la realidad. No se trata de sustituir el conocimiento técnico, sino de complementarlo con herramientas que potencien a cada estudiante.
Necesitamos formar a nuestros jóvenes para la vida, no solo para aprobar exámenes. Si queremos que nuestra economía crezca, que las nuevas generaciones tengan más oportunidades y que el país avance, debemos empezar por la base: una educación moderna, dinámica y alineada con las necesidades del mundo actual. Ya sabemos qué funciona y qué no. Ahora es el momento de dar el siguiente paso.