Vivimos en un mundo lleno de promesas vacías y verdades cambiantes, rodeados de oscuridades y miedos que distorsionan nuestra percepción de la vida. La autonomía humana, cuando se busca como una separación de Dios, solo ofrece una ilusión de libertad que, en realidad, nos esclaviza a nuestros deseos, al ego y a las ilusiones pasajeras del presente.
En efecto, en nuestra sociedad, las normas predominantes a menudo giran en torno al individualismo, el materialismo y el consumismo; priorizando el éxito personal, la acumulación de bienes materiales y la satisfacción inmediata.
En este contexto, los antivalores como el egoísmo, el relativismo moral y la búsqueda constante de estatus predominan conduciendo a una vida orientada hacia logros superficiales y placeres efímeros. En contraste, la Palabra de Dios nos invita a vivir según los principios del Reino, promoviendo la humildad, el servicio a los demás y una búsqueda de la verdad que trasciende las gratificaciones momentáneas, desde una visión más profunda y auténtica de la vida.
Jesús nos recuerda: “Si se mantienen fieles a mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8,31-32). Esta libertad auténtica solo se encuentra a través de Cristo, quien nos libera de las ataduras del pecado y nos guía hacia una vida con sentido desde los valores del Reino.
Así, al adherirnos a sus enseñanzas, encontramos una libertad que no se basa en la autonomía ilusoria, sino en la verdad que transforma y libera para estar dispuestos a construir un mundo fraterno desde la vivencia del amor.
Como nos enseña el Apóstol: “no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de sus mentes, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Romanos 12,2).
La verdadera libertad surge al superar las ilusiones de autosuficiencia y reconocer nuestra dependencia de Dios. Jesús nos ofrece una vida plena y abundante (cfr. Juan 10,10), pero esta no se logra alejándonos de Dios, sino en una entrega a su Amor.
En la actualidad, se promueve la idea de una autonomía frente a Dios, y muchos creen que la verdadera libertad y plenitud del ser humano se logran al distanciarse de Él o al definir la vida según sus propios términos. No obstante, la Biblia presenta una perspectiva diferente: la auténtica libertad está en Dios.
Les invito a hacer de la lectura y meditación de las Sagradas Escrituras una activa cotidiana acompañada de la oración; que ilumine sus caminos y las decisiones por tomar.
Que este mes misionero sea un tiempo de renovación y profundo encuentro amoroso con Dios y los hermanos; permitiendo que su mensaje divino venza nuestro egoísmo e individualismo, que nos permita el testimonio fraternal y el compromiso amoroso, particularmente con el adulto mayor desamparado.
*Arzobispo Metropolitano de San José