Mi familia fue la primera en saberlo. No vuelvo a participar más en política, les dije. Como varios cientos de miles, estaba resfriado y apático.
Muchas cosas habían ocurrido, dentro y fuera, para seguir malgastando el tiempo, dejando de lado a mi esposa, a mis hijas, a mis nietas y a mi bisnieta. Ya me había acostumbrado a no saludar a los que no me saludaban, a no llamar a los que no me llamaban, a dar la espalda a quienes me daban la espalda.
Me había encerrado a ver los toros desde la barrera y estaba decidido a peinar canas en mi casa, rodeado del calor de las que me quieren. Pero no puedo sustraerme, no debo esconderme.
Costa Rica se nos está cayendo a pedazos… desde hace rato. Hemos dejado en manos de los menos comprometidos la conducción de algo tan serio como es el destino de la patria. Y vean por dónde vamos. ¡Y aún falta!
Los estudiantes salen de la universidad y no encuentran trabajo; los jóvenes, hombres y mujeres chocan todos los días con el muro de la incomprensión la intolerancia y la miopía. Las mujeres solas se las ven a palitos para medio vivir. Los viejos sufren al escuchar que el régimen de pensiones de la Caja está colapsado y que los servicios de salud han caído en un despeñadero sin retorno.
Los trabajadores tienen poco que celebrar y los que no tienen trabajo se suman, con razón, al coro de las lamentaciones.
La corrupción se pasea como amo sin señor, los programas sociales no dan abasto para atender a más de millón y medio de costarricenses que engrosan las filas de pobres, miserables y niños desnutridos. ¿Han hecho números? A lo mejor, uno a la par del otro, no cabrían de pie, en La Sabana.
La droga hace estragos en escuelas, colegios, las esquinas de los barrios y en hogares otrora felices.
La gente ríe por no llorar.
Y en medio de este panorama tan sombrío, ha surgido un hombre probo, íntegro, comprometido, deseoso de seguir sirviendo desde la primera magistratura de la nación: es el Doctor, a quienes todos hemos conocido desde la dirección del Hospital Nacional de Niños.
38 años no se brincan con cualquier garrocha. El hombre ha atendido a 45 mil pacientes desde que inició con un apostolado que ama: la medicina. Y se preparó aquí, en Estados Unidos, en Japón y en lsrael… para no fallar. Es, además de médico, administrador de empresas; es catedrático universitario, lector infatigable, escritor profundo. Y padre de familia ejemplar; una sola esposa en 40 años dice mucho de su fidelidad a lo que ama.
A mí me pidió que me sumara. Y me llamó la atención no por la gente que está a su lado, sino por los mismos de siempre que brillan por su ausencia. No me pidan nombres. Hagan un recuento y se darán cuenta de que el hombre habla en serio, actúa en serio y se compromete en serio.
Al Doctor le admiro su espíritu de servicio, que le brota con una espontaneidad extraordinaria; su ideal de país, que surge de lo más profundo de las convicciones que le nacen desde el corazón, su deseo de ayudarle a la gente que más necesita.
Le admiro su humildad, al aceptar que solo no puede; su integridad, a toda prueba. Sus manos limpias y mente abierta. Su lealtad con el país-ni siquiera llega tarde al trabajo-. Al Doctor le admiro su valentía y su coraje para echarse al ruedo cuando muchos pensábamos que todo estaba perdido.
Nuestra obligación primera es ir a votar por el Doctor el próximo 19 de mayo; llevar a las mesas de votación al mayor número de hombres y mujeres que sueñan con una Costa Rica distinta, mejor para todos, pero especialmente para los abandonados.
Y apoyarlo después con más entusiasmo; procurar acercarle gente buena que se fue de otros partidos porque no soportan el hedor circundante. Hay que ayudarle, no sólo porque él lo necesita sino porque con este hombre Costa Rica se pegó el gordo de la lotería.
Este domingo tenía un dilema: me siento frente a la tele a ver fútbol o me siento en la compu a escribir lo que siento. El fútbol puede esperar… la patria no.