Para octubre de 2020, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) estimó que en Costa Rica había cerca de 1.529.255 personas pobres, lo anterior representaba un aumento de 6,1 puntos porcentuales con respecto a 2019.
Se calculó que para esas fechas había 321.874 personas más en condición de pobreza si se comparaba con el periodo anterior.
Claramente, para comienzos de 2021 las cifras han variado y, aun cuando no hay cálculos oficiales, todavía en la calle las personas están buscando la forma de sobrevivir, el empleo escasea y por ende miles han tenido que dejar hasta sus casas por falta de recursos.
Es indudable, la pobreza crece y no solo en este país del centro de América, sino en el mundo entero. El Banco Mundial reveló que la pandemia de Covid-19 empujó entre 88 millones y 115 millones de personas a la pobreza extrema para ese ciclo, mientras que la cifra total llegará a los 150 millones para 2021.
Esta organización contempla que en el orbe podría haber entre 703 millones y 729 millones de pobres, cifra espantosa que podría aumentar como la espuma.
Así las cosas, la brecha de desigualdad se ensancha cada vez más, crece la cantidad de gente sin recursos para vivir, mientras que cada vez más los ricos disminuyen, lo anterior indica que las riquezas están concentradas en menos manos.
Cuando se pensaba que la pandemia iba a crear una humanidad más solidaria, la realidad mostró todo lo contrario.
El incremento de pobres ha llevado al comportamiento exacerbado de lo que planteó la filósofa española Adela Cortina en 1995, precisamente cuando escribía un artículo periodístico. Se trata de la “aporofobia”.
Usted pensará qué significa esa palabra tan extraña, que pocas veces se usa, pues bueno, es nada más y nada menos que el miedo o rechazo hacia el pobre, al carente de recursos.
¿Y cómo podría haber comportamiento tal? Pues claro que existe, es real y más común de lo que se piensa.
La palabra de deriva del griego áporos ‘pobre’ y fóbos ‘miedo, aversión’ y pese a que la autora usa este término desde los años 90, no fue hasta 2017 que la Fundación del Español Urgente (Fundéu) señaló que se trataba de un neologismo válido, por eso fue incluido en el diccionario de la Real Academia Española y hasta la eligieron como palabra del año.
Pero ¿cuál fue la tesis de Cortina? Sencillo razonamiento la llevó a esas conclusiones: quienes sienten este odio no reparan en nacionalidades, por ejemplo, esa gente nunca sentiría rechazo o racismo por un migrante si existieran recursos de por medio.
Quienes justifican esta aversión argumentan que los pobres están en tal condición por gusto, los llaman vagos, les incitan a ponerse a trabajar y, peor aún, los asocian en muchos de los casos con el desaseo, el desorden y falta de educación, situación que es un mito.
Se trata de toda una construcción social errónea y peligrosa que criminaliza la condición de pobreza, victimiza a las poblaciones vulnerables sin importar razones, perversamente, lo cual aparte muestra total falta de empatía.
Costa Rica ha llegado a este tipo de términos, una parte de la ciudadanía aduce que los pobres son los criminales, se rehúsa de alguna forma a usar servicios públicos para nos mezclarse con “esas personas”, como suelen llamarlas, prefieren no ir a clínicas de salud y hasta resisten la educación pública “pues hay muchos extranjeros”.
Si bien cabe reconocer que existe un deterioro evidente en los sistemas de seguridad social y educación del Estado, lo cierto es que una buena parte de los usuarios son aporofóbicos, se desligan de estas poblaciones, no se sienten vinculados a sus necesidades ni menos pretenden ayudarlas.
En momentos cuando el país vive una de las peores crisis de su historia moderna y cuando más del 30% de la población engrosa las cifras de pobreza, debemos comenzar a razonar que esta no es una condición permanente, justa e insuperable, por el contrario, reactivar la economía cambiaría de forma drástica el panorama.
Está comprobado que los ingresos familiares de un solo miembro podrían variar la calidad de vida de un núcleo completo y por eso en Tiquicia urgen opciones de reactivación, pero el Gobierno parece no entenderlo.
Sentir miedo o rechazo hacia las personas pobres no es más que una forma cruel de discriminar.