Si repetimos una y otra vez que la familia es la célula fundamental de la sociedad, en el fondo estamos afirmando que el futuro de toda sociedad se forja en la familia. De ahí que, entre las tareas primordiales que corresponde al Estado, es proteger y potenciar a la familia como formadora de ciudadanos, colocando a la persona en el centro de toda política educativa.
No hay duda, es razonable que el Estado intervenga en la educación que se da en los centros educativos, pero los poderes públicos no pueden olvidar que el papel principal en la educación corresponde a los padres de familia, no al Estado. En este sentido tener presente que “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos” (Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas en 1948, art. 26,3). Con toda claridad la Santa Sede también ha manifestado: “los padres, ya que han transmitido la vida a los hijos, son los primeros y principales educadores” (Congregación para la Educación Católica, Carta circular de la Congregación para la Educación Católica sobre la enseñanza de la religión en la escuela, n. 2). De estas afirmaciones nacen derechos y obligaciones de ambas instituciones, pero la familia se coloca como esa institución natural en la cual descansa la responsabilidad de dar a los hijos las mejores oportunidades educativas.
El Papa Francisco ofrece una hermosa definición sobre la educación, cuando afirma que es la “capacidad de sacar lo mejor del propio corazón”. Quién conoce mejor el corazón de alguien que sus progenitores para sacar lo mejor de ellos. Es precisamente a los padres de familia que les corresponde modelar esos corazones en el amor, la justicia, la solidaridad, el respeto hacia los demás, la honestidad; en fin, en todos los valores que son necesarios en la persona y en la sociedad.
El Papa también afirma, “para educar hay que buscar integrar el lenguaje de la cabeza con el lenguaje del corazón y el lenguaje de las manos. (Pontificia Academia de Ciencias Sociales sobre “Educación: el Pacto Mundial”)”. Cuánta falta hace tener esa visión integral de la educación, pues, muchas veces se pone el énfasis únicamente en lo académico dejando de lado la visión total de la persona. Así, hay que considerar en el acto educativo los valores morales y el aprovechamiento de la educación religiosa.
Tanto en la familia como en las aulas, se ha de tener presente que “educar ayuda a no ceder a los engaños de quien quiere hacer creer que el trabajo, el compromiso cotidiano, el don de sí mismo y el estudio no tienen valor”. También “es urgente educar huyendo de los atajos de los favoritismos y de las recomendaciones… es necesario combatir la ilegalidad que lleva a la corrupción de la persona y de la sociedad. La ilegalidad es como un pulpo que no se ve: está escondido, sumergido, pero con sus tentáculos aferra y envenena, contaminando y haciendo mucho mal”. (Papa Francisco, Educación y trabajo)
Pidamos al Señor fortalezca nuestra primera escuela de valores y virtudes en el presente mes dedicado a la familia.
*Arzobispo Metropolitano