Al celebrar el mes de la familia, quiero saludar y felicitar a todas aquellas personas que, con su testimonio y constancia en medio de la adversidad, comunican la alegría de vivir en unidad y comunión familiar.
Es innegable la infinidad de ventajas y seguridades que este vínculo fomenta en sus miembros, pues es allí donde se aprende a amar y a ser amado. Por eso, mientras afirmamos la belleza de la familia, sentimos más que nunca el deber de defenderla ante los ataques que sufre desde distintos intereses.
Como Iglesia, no podemos bajar la guardia en el anuncio de Cristo a las familias. No dejemos que llegue a los hogares la contaminación del egoísmo, el individualismo, y la cultura de la indiferencia y del descarte. Si la familia pierde su identidad que es el amor, la sociedad entera pierde su sentido.
Debemos redescubrir esos espacios en los que es urgente el protagonismo de las familias cristianas en nuestra sociedad; particularmente desde la educación de niños, adolescentes y jóvenes en la escuela de la fe, la ternura y el amor verdadero. De ahí que, la familia sigue siendo el camino que la Iglesia ofrece al mundo como un lugar propicio para el encuentro con Cristo desde la alianza matrimonial. Vida matrimonial con un itinerario de fe, que permita la donación mutua de los esposos, el respeto, la dignidad humana, el bien común y la comunicación asertiva, para testimoniar al Señor desde acciones caritativas, educativas y de compromiso social.
Son muchas las tareas e iniciativas que las familias cristianas pueden asumir. Puesto que, “ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos.” (San Mateo 5,14-16).
Que todas aquellas familias en las que Dios ha manifestado su fidelidad y su amor respondan generosamente al llamado que Dios les hace a servirle en medio del mundo. Hablen a los demás de todo lo positivo que significa vivir en comunión y háganlo con entusiasmo, sabiendo que son más las cosas buenas y edificantes que vemos en la familia, que aquellas que opacan nuestra vida. La lucha es de todos los días, no hay que dar lugar al cansancio o la derrota.
Invito a todos los fieles a orar por la familia, “apoyemos a la familia, defendámosla de todo lo que comprometa su belleza. Acerquémonos a este misterio del amor con asombro, discreción y ternura. Y comprometámonos a salvaguardar sus preciosos y delicados vínculos”. (Papa Francisco en el encuentro en línea \”Nuestro Amor Cotidiano\” para la apertura del Año \”Famiglia Amoris Laetitia\”, 19.03.2021).
*Arzobispo Metropolitano