Agosto es el mes dedicado a la Familia para reflexionar sobre su misión insustituible, institución primigenia y núcleo básico de la sociedad y, a la vez, proponer acciones concretas que la fortalezcan como unidad vital de todo el tejido social.
En la actual coyuntura, quisiera recalcar el concepto “institución”, dada la obligación de señalar la solidez y confianza que esta encierra.
Ciertamente, la familia es, en cuanto institución social natural, un organismo dinámico y complejo, en el que la tarea y la participación de sus miembros y las relaciones entre sí, comprometen las condiciones y la calidad de vida de quienes lo integran.
Por encima de una mera “categoría” estructural, para descubrir qué es la familia y cuál es su misión, debemos volver a su origen, al designio de Dios para la familia que comienza con la unión del hombre y la mujer: “hombre y mujer los creó” (Gen 1,27; Mt. 19,4). Así, él y ella se complementan, están hechos el uno para el otro, y en su unión natural engendran los hijos.
La unión de dos cristianos no es una convención meramente social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso, sino que quiso el Señor elevarla a la dignidad de sacramento.
Los hijos tienen derecho a nacer en el amor de sus padres, pues “el Creador hizo al hombre y a la mujer partícipes de la obra de su creación y, al mismo tiempo, los hizo instrumentos de su amor, confiando a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana” (Idem, 81). Es la familia, proyecto de amor, la que inculca en los hijos los grandes valores: el respeto, el agradecimiento, la responsabilidad, la honradez, la honestidad y, principalmente, el amor pues cuando hay amor hay tolerancia, hay perdón y hay armonía. Queda claro que la familia según el proyecto del Señor nunca dejará de ser actual.
La familia es también apreciada como un santuario de la vida, pues en ella se protege la vida en todas sus etapas y hasta su ocaso. Días atrás, celebramos la segunda Jornada Mundial por los abuelos y los mayores, a fin de expresar la gratitud y la atención hacia estos pilares de la familia que deben ser protegidos por leyes justas, acordes a su entrega generosa a lo largo de su vida y a las necesidades que deben solventar. De la familia merecen recibir consuelo, ayuda, acompañamiento y que se les asista con amor.
Pido, especialmente a la Sagrada Familia, que aumente el amor y la fidelidad en todos los matrimonios, especialmente en aquellos que pasan por momentos de sufrimiento o dificultad. Que pueda fortalecerse la fe en nuestros hogares y crecer en el conocimiento de Jesús.
*Arzobispo Metropolitano