Aquella afirmación existencialista de que lo que elegimos es siempre el bien, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos, es un error que muchos gustan cometer. Tendemos a considerar que nuestra moral puede universalizarse, pero sin la rigurosidad que el formalismo demanda. Vale la pena reflexionar las bases que legitiman nuestras acciones como moralmente correctas.
Nuestra moral está condicionada por muchos factores. La religión es el factor que más peso tiene. Su moral es imperfectible. Al provenir de Dios, la moral queda legitimada como buena, cuando no perfecta, justificando como correctos los cursos de acción que provenga de ella. Pero como no existe homogeneidad moral, y las normas cambian en cada esquina, surgen acuerdos legales para regular la vida social, sancionando a quienes violan tales compromisos.
La ética se enfoca en los actos humanos. La ética remite a un saber que construye modelos teóricos para analizar las acciones humanas en cuanto correctas o incorrectas, procurando anticipar las consecuencias que estos cursos de acción puedan tener. Es un saber teórico con una finalidad práctica.
Hoy la bioética pretende ofrecer un marco de acción más práctico que la ética, aunque la bioética se entiende mal en nuestro medio, al punto que muchos creen que bioética es sinónimo de principialismo. Los cuatro principios del principialismo, aparte de ser un reduccionismo insostenible, limitan más su marco de análisis si se miran desde una moralidad religiosa o desde un marco legalista. El criterio bioético queda a merced del presupuesto teórico del que se mira: si es bueno ante los ojos Dios, es correcto; si es permitido ante los ojos de la Suprema Corte de Justicia, es correcto, y además justo. Ante tal escenario, ¿para qué bioética como mediadora?
Racionalidad ética. Nos hace falta una mayor racionalidad ética como herramienta de análisis, aunque en las capillas universitarias inquisitoriales para algunos y algunas esto representa una herejía en contra del principialismo. Este maniqueísmo bioético es insuficiente para tomar decisiones. Hay situaciones prima facie que no se pueden condicionar a dos marcos axiológicos para la acción.
Cuando se tiene que tomar decisiones que puedan afectar a ciertas comunidades, hay que prestar mucha atención al fundamento teórico que respalda nuestro criterio de elección. Es posible que una elección victimice a ciertas comunidades, porque lo que elegimos como nuestro bien, no es necesariamente el bien de los demás.
El aborto es un tema polémico que merece siempre análisis desde diversos puntos de vista, más allá del conservadurismo. En casos extremos como embarazos producto de violaciones, o bien, embarazos a personas con algún problema mental serio, el tema cobra más delicadeza. Si una mujer fuese embarazada producto de una violación, ¿puede ella decidir abortar sin temor a consecuencias penales o moralizantes por la comunidad religiosa? Dada la carencia de autonomía de una persona con un problema mental serio, ¿puede otra persona decidir el aborto por aquella otra carente de autonomía el daño que se le ha hecho?, ¿pueden médicos practicar el aborto en tales casos, sin el temor de sufrir consecuencias punitivas?
El aborto es malo: elimina la vida de un ser en potencia, dicen. Además, el embarazo, bajo cualquier forma, ha sido la voluntad de Dios. Los mandamientos divinos operan como aguijones de la conciencia, bajo la noción de pecado. Al considerar el aborto pecado, el problema está resuelto: se le culpa a la víctima el no aceptar la voluntad divina, aunque la víctima ni siquiera tenga conciencia de su existencia.
Pero como Dios no puede ordenar directamente, y sus mandamientos son lábiles, entonces inventamos leyes que legitiman el postulado moral, y declaramos que es malo abortar, sin considerar contextos severos, como los embarazos no deseados producto de violaciones. Las normas jurídicas se convierten en las nuevas tablas de Moisés. El criterio legalista indica lo que es correcto y justo, y el criterio moral, lo que es bueno o santo.
Reflexión colectiva. El aborto es un problema social serio, y como tal, deben considerarse alternativas para enfrentarlo. Es muy sencillo promulgar leyes desde un estrado o desde un púlpito, y en consecuencia, regular la vida social. Sin embargo, hay normas que tienen que someterse al juicio de la reflexión colectiva para garantizar su validez. Una mujer que sufre una violación, y como fruto de tal imposición violenta contra su voluntad, queda embarazada y se le obliga a parir el ser que ella no ha deseado, queda al margen de una participación moral y jurídica verdaderamente justa.
Es necesaria una cultura bioética más vinculante que muestre las implicaciones que encierran estos dogmatismos axiológicos, y permita discutir, en serio, otras alternativas ante estas situaciones. Las normas divinas o jurídicas son insuficientes ante situaciones prima facie. Esto es, asuntos humanos de primer orden, que las normas no prevén.
*Profesor UCR, ITCR