Un estudio analizó qué áreas del cerebro resultan más afectadas por el estilo de vida de las ciudades bajo condiciones de estrés. Desde un punto de vista psicológico, podemos definir el estrés como la tensión mental y/o corporal provocada por una situación física o emocional que percibimos como amenazadora. Nuestro cuerpo está preparado genéticamente para hacer frente a las situaciones de estrés: cuando vivíamos en la intemperie, bajo las rudas condiciones de la Naturaleza, necesitábamos la activación física que produce el estrés para escapar corriendo y no ser devorados. Pero si mantenemos de forma prolongada las reacciones fisiológicas que en nuestro cuerpo nos produce la situación estresante (cambios hormonales, aceleración del ritmo cardíaco y alteraciones de la conducta como ansiedad, irritabilidad, insomnio) acabamos enfermándonos, ya que ese nivel de activación constante debilita nuestro organismo y consume mucha de nuestra energía.
En el referido estudio, los investigadores crearon dos grupos: uno de personas nacidas en ambientes rurales y otro de personas nacidas en ambientes urbanos, con el objeto de medir su actividad cerebral mientras realizaban un test de estrés. Dicho test consistió en resolver operaciones aritméticas bajo presión, contando con poco tiempo y con interacciones visuales negativas y amenazadoras provenientes del experimentador, las cuales se tornan tan frecuentes en el ámbito laboral, familiar y escolar. Lo relevante del estudio es, sin duda, que dos de las áreas cerebrales estudiadas se activan de forma distinta dependiendo de si la persona nació y creció en un entorno rural o en un entorno urbano. El nivel de activación de la amígdala cerebral (implicada en el proceso y almacenamiento de reacciones emocionales, en la amplitud de las redes sociales y en el sentimiento de privacidad) depende del tamaño de la ciudad en la que el individuo reside habitualmente. Por su parte, el córtex anterior cingulado, implicado en la detección de procesos de error y conflicto, se activa de forma diferente dependiendo de si el sujeto ha vivido o no en una ciudad durante su infancia. Asimismo, las personas que durante su infancia han vivido más tiempo en una ciudad tienen menos conectividad entre la amígdala cerebral y el córtex anterior. Si bien esa falta de conectividad se puede producir también por causas genéticas y se ha relacionado con un riesgo mayor de sufrir enfermedades mentales, el experimento concluye afirmando que en los circuitos neuronales confluyen factores genéticos y ambientales que modulan el riesgo de sufrir dichos padecimientos, estando los circuitos neuronales directamente influenciados por el lugar de residencia (rural o urbano) así como por el tiempo que se ha vivido en una ciudad durante la infancia.
Quizá las conclusiones de este experimento ayuden a comprender la reciente y creciente necesidad que tienen muchas personas que viven en grandes ciudades de pasar más tiempo en contacto con la naturaleza, de optar por un estilo de vida más sosegado y saludable o incluso de empezar una nueva vida fuera de las ciudades.