La alegría, nos dice el diccionario, es “un sentimiento agradable y energético que se puede mostrar con signos palpables. Acto, acción, palabra y gesto con que se manifiesta júbilo, felicidad, satisfacción y contento. Es un estado de ánimo producido por un acontecimiento favorable”. La alegría auténtica no se finge, no responde a caretas, por mucho que pretendamos inventar o sostener una imagen de bienestar ante los otros.
La Resurrección del Señor está marcada por la alegría de la Pascua que brota desde el interior del corazón de los primeros discípulos en aquella mañana y que los mueve, desde entonces, a transmitir el triunfo de Cristo a toda la humanidad. ¡El bien siempre debe comunicarse!
Quizás algunos nos cuestionamos: ¿Cómo vivir la alegría pascual en medio de la pandemia del coronavirus? ¿Podemos obviar la situación dolorosa que están viviendo tantos hermanos a causa de la pérdida de seres queridos, del desempleo y del hambre? ¿Cómo llamar al gozo y a la paz cuando la muerte nos invade?
De frente a esta oscuridad, la Pascua nos da profundas certezas. Creemos, firmemente, que con la fuerza de su amor Cristo muerto y resucitado ha vencido al pecado y a la muerte; el mal no tiene la última palabra y el poder de su resurrección es efectivo y actúa en quienes confiamos en Él.
Animados por su presencia en medio de nosotros y confiados en la fuerza de su poder, sigamos adelante, pues “los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad”. (Papa Francisco, Evangelii Gaudium n.84) Como enseña el papa Francisco “los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada”. (Idem, n.109)
Asumamos el reto de llevar esa “alegría pascual” a los otros. En el contexto en que nos está correspondiendo vivir la Pascua este año nuestra alegría debe manifestarse, particularmente, siendo sembradores de paz, impulsando la unión en nuestras familias y practicando la solidaridad con quienes más necesitan.
Valoremos las buenas intenciones de los otros, dejemos de condenar sin fundamentos, evitemos esa polémica ofensiva y habitual en la que como sociedad nos hemos enfrascado; en síntesis, que este tiempo nos ayude a promover una comunión más plena y constructiva.
Que cada uno, desde su realidad, lleve a la práctica las palabras del Santo Padre: “Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas”. Dejémonos contagiar de la solidaridad, como también lo expresó el Papa.
“Que la paz del Señor los acompañe”.