Gozamos de un alto nivel de vida y, aunque las adversidades de la naturaleza siguen siendo indomables, al menos ya no nos amargan el día a día. Sin embargo, el sufrimiento y el mal vivir siguen presentes en la realidad de muchas personas, quienes ven cómo la felicidad se les escapa de las manos a expensas de conflictos interminables que surgen cotidianamente.
Sermones, terquedades, retahílas, regaños, malas caras, gritos, ofensas, silencios hostiles, groserías, indirectas, choteos, desatenciones, apatías, desplantes, falsos orgullos y el desdén artero tiñen el diario vivir de las parejas. En este ambiente, se sienten incapaces de resolver desacuerdos aún leves y fácilmente caen en una seguidilla de interacciones conflictivas, carentes de sentido, que generan roces y distanciamientos muy nocivos para el vínculo emocional.
Estos escenarios se han vuelto tan frecuentes en nuestra sociedad que, hoy por hoy, el convivio armónico, la vida buena, la existencia amorosa, el cariño cotidiano se han convertido en un lujo, en una auténtica ostentación que pocos han logrado procurarse. Aquellos sentimientos del inicio de la relación se van desgastando paulatinamente ante tantos “conflictos tontos”, ante tantas “discusiones absurdas”, ante tanta pesadumbre, los cuales llegan a destrozar la relación de pareja.
Claro, el amor exige mucho. No es un manjar para inmaduros, no es un premio para impulsivos, no es una vivencia para malcriados ni holgazanes, no es para quienes hacen del grito y la confrontación su forma de solucionar los problemas. Sin duda, el amor no es una ligereza.
Vivir con alguien que se quiere, compartir con el ser querido es un auténtico “delicatessen” y, a la vez, una proeza. El amor para toda la vida no es de letrados ni eruditos. Está reservado solo para quienes cultivan el espíritu, aquilatan el sentimiento, controlan los impulsos negativos y dan a la pasión su verdadero lugar.
Esto explica tantas y tantas separaciones, tantos y tantos conflictos maritales, tantos y tantos amores que queríamos “eternos” y, por testarudez, se transformaron en dolorosos amores pasajeros. Esa soberbia nos hace, por un lado, ir dejando nuestra huella de dolor en aquellas personas amadas y, además, en el plano personal ir por la vida coleccionando fracasos y desilusiones.
En realidad, encontrar un buen amor no es tan complicado. La media naranja no es una presea inalcanzable. Lo laborioso hoy es vivir con el ser amado. Como bien dicen los poetas, lo arduo es “vivir amando” en una sociedad donde nos acostumbramos a “vivir peleando”. Pero, indudablemente, más duro resulta perder el “amor de mi vida” porque no estuve a la altura del amor. Más lamentable es ver cómo se nos escapa la felicidad.