Al final de estas justas electorales, es posible detectar dos tendencias reveladoras y muy sugestivas para todos los que como a nosotros nos gusta el análisis y la reflexión en torno de la cosa política. Por un lado, una suerte de criptovotación en la conducta electoral de los costarricenses y, por otro, un viraje ideológico, cuando menos en lo perceptual, hacia el espectro de centro-izquierda.
Ya habíamos advertido que la votación apuntaba hacia un fenómeno de “hipervolatividad” en la conducta electoral de los costarricenses, es decir, que la decisión de voto de la ciudadanía se iba a resolver prácticamente en las urnas electorales, a la hora misma de emitir el sufragio, crayón en mano. No obstante que en las encuestas políticas el PAC mostraba una tendencia de crecimiento, está claro que no con la nitidez necesaria como para predecir el resultado final, que prácticamente ganara las elecciones, aunque de cara a una segunda ronda. ¿Cómo es posible que Luis Guillermo Solís, un político desconocido, con muy buenas cualidades académicas, intelectuales y morales, le ganara a Liberación Nacional en un mes, toda vez que en las encuestas aparecía de lejos detrás de Villalta y Guevara, en las primeras etapas de la campaña que arrancó en octubre?
Al parecer, la hipervolatilidad electoral presenta una lógica de “criptovotación”, es decir, la gente resguardó su decisión final internamente, no la evidenció claramente en las encuestas y la zanjó a favor del PAC en el último minuto, casi el mismo día de las elecciones. A todas luces, esto significa, con los subes y bajas de Villalta y Guevara, la caída de Araya y el repunte de Solís, el fin definitivo de los lazos identificatorios míticos de los costarricenses con los partidos políticos, valga decir, con la tradición histórica que hasta hace unas 3 elecciones marcaban el ajedrez electoral. Asistimos, sin duda, al nacimiento de una conducta electoral pragmática y sin tendencias claras, que es tan volátil y fluida como la vida cotidiana misma de la gente.
Por otra parte, en cuanto al viraje ideológico de los ticos, debe tenerse presente que la lógica electoral “izquierda-derecha” en Costa Rica no tiene el raigambre, ni la tradición de los partidos políticos europeos. Hasta hace relativamente poco tiempo, el voto de los costarricenses dependía en gran medida de la tradición de los mitos históricos que definían su geometría, valga decir, el figuerismo liberacionista de los “pericos” y el calderonismo socialcristiano de los “mariachis”. En la práctica, sobre todo en las últimas 3 décadas, ambos partidos han gobernado el país con políticas públicas muy similares que habían creado un ambiente de “centripetismo ideológico”, es decir, de una tendencia programática en los gobiernos hacia un centro común y, por ende, de una desdiferenciación partidaria cada vez más notaria, a propósito del mote “Plusc” inventado por los detractores de estas agrupaciones políticas.
No obstante, en esta campaña pasó algo atípico: se colocó a los costarricenses en la rayuela electoral de la izquierda y la derecha, aún si para la mayoría este asunto no es muy claro, como consecuencia del ascenso pronunciado de Villalta a la palestra electoral, como consecuencia de un hastío ciudadano hacia la política tradicional, presente en la comunicación cotidiana costarricense y en la valoración que la ciudadanía hace de la política en general. Aún si Villalta quedó rezagado en la etapa final de la carrera, su logro electoral es el mayor triunfo histórico de la izquierda tradicional de Costa Rica, desde su fundación en la década de los 30 del siglo pasado, pasando por su proscripción constitucional de 30 años, después de la guerra civil del 48 de ese siglo. No obstante, la tradicional postura centrista de los costarricenses, en el sentido de que tienen una cultura política y general que evade los radicalismos, interpretó la ideologización “izquierda-derecha” que permeó el desarrollo de esta campaña, y terminó castigando al polo frente-amplista, por un lado, y llevando a una expresión minúscula al polo libertario de derecha por el otro, al punto de que el PAC fue el gran beneficiario del juego ideológico.
Con todo, está claro que la factura, a más de 30 años de una política nacional inspirada en las posturas económicas y sociales neoclásicas liberales, parece estar cobrando su peaje a los partidos tradicionales, sobre todo al PLN. Los costarricenses sienten que su bienestar no es el mejor que debiera, añoran las glorias del desarrollo del pasado y se quejan por los problemas relacionados con el costo de la vida, la inseguridad y la corrupción, para señalar los ejemplos más claros. Al parecer, estas quejas son el colchón electoral de un PAC que, por ahora, tiene en la picota a un Liberación que enfrenta la segunda ronda con incertidumbre, y a los costarricenses a la expectativa de lo que pueda pasar en abril.
*Politólogo