Desde niño estuve familiarizado con el sombrero. Papá siempre usaba uno de fieltro para salir a trabajar o para realizar cualquier gestión. Una vez, después de uno de los almuerzos familiares que teníamos en su casa los miércoles, cuando papá se preparaba para irse a su jornada laboral de la tarde no se había puesto su sombrero y Andrés, con muy poquitos años, le preguntó: ¿Abuelito se va a ir así chingo de la cabeza?
Mi abuelita materna también siempre usaba sombrero con velito sobre la cara para protegerse del sol. Incluso para ir a unos pocos metros de distancia a una botica o una pulpería, o para salir al patio a tender una ropa.
Aprendí a usar sombrero cuando las actividades empresariales me llevaron a actividades ganaderas y agrícolas.
Pero en nuestra casa la reina del sombrero, como de casi todo, siempre ha sido Lorena. Cuando se dedicó con enorme dedicación y éxito a la equitación abundaron sus sombreros: alones, Panamá, de lona, boinas, cascos y hasta bombines y de copa para presentaciones de adiestramiento. Por eso me pareció tan natural que en su elegancia Lorena usara un sombrero -que se volvió icónico- para la toma de posesión de la presidencia en el Estadio Nacional en 1998. Así, además de resaltar la elegancia y el buen gusto con que siempre representó a nuestras maravillosas mujeres, se protegía del viento.
En los últimos meses vivimos una etapa dura y difícil en nuestra familia, como las sufren tantas familias cuando a una de las personas que la integran la ataca la enfermedad.
Lorena venía teniendo muchas dificultades digestivas y resultó que se trata de un cáncer en el páncreas que, a nuestra edad y dadas las características de la enfermedad, no es operable. Gracias a la extraordinaria fe y la fortaleza cristiana con que Lorena enfrenta esa dura condición y acepta los designios de Dios, y gracias al ejemplo que con su conducta recibimos, hemos podido en nuestra familia vivir cada día encontrándole sentido y felicidad.
Los médicos que la han atendido han sido profesional y humanamente admirables. Nuestros hijos, nietos y amigos nos han dado muchísimo cariño y fuerza, y sus oraciones son invaluables.
Las misas en el convento de las muy queridas Madres Carmelitas nos iluminan la manera de disfrutar de cada día. Para los dolores buscamos alivio con la ayuda de los profesionales.
Para mejorar su condición de vida Lorena viene recibiendo quimioterapia con fines paliativos.
Las aplicaciones de la quimioterapia las vivimos juntos con la ayuda del abnegado personal de salud del Hospital Metropolitano en que iniciamos y del centenario Hospital San Juan de Dios que ahora la atiende, y en la amable compañía de otras personas que requieren de esas infusiones y de sus acompañantes.
Como es común, ese tratamiento ha hecho que Lorena pierda su lindo pelo. Y volvieron los sombreros.
¡Qué gozada! Apareció la primera dama de EE. UU., doña Melania Trump, con un sombrero en la toma de posesión similar al que Lorena usó en 1998.
Y ni decir lo que esto nos ha hecho gozar con los comentarios de tantas amigas y amigos, e incluso con entrevistas a Lorena. Uno de los costos actuales de la enfermedad se volvió motivo de jolgorio.
Alabado sea Dios. Qué inmensa ventaja es poder sufrir las dificultades de la vida con fe en que Dios nos ama y en que no nos falta nunca su Divina Providencia.
¡Gracias, doña Melania, por su sombrero!