Para este y otros varios escritos, el título completo sería: María, ante el silencio de Dios.
En efecto y si de la fe hablamos, al caminar en ella, lo mismo a nosotros que a María, lo que la desconcertó y nos desconcierta es el silencio de Dios. A propósito, Unamuno afirma: “Dios es aquel que siempre calla desde el principio del mundo; este es el fondo de la tragedia”.
San Juan de la Cruz expresa lo mismo de esta manera: “¿Adónde te escondiste,/ Amado, y me dejaste con gemido?/ Como el ciervo huiste,/ habiéndome herido,/ salí tras ti, clamando, y eras ido”. Comentando el texto, el padre Larrañaga sintetiza: “La vivencia de la fe, la vida con Dios es eso: un éxodo, un siempre salir ‘tras ti, clamando’”. Usted lo mismo que yo, lo mismo que María, en nuestra búsqueda de Dios para unirnos por la fe y el amor en la oración y quedarnos con Él, al pretender darle alcance, se nos va, el “eras ido”, alguien fugitivo, inaccesible, que aparece y desaparece…, sumido en el silencio.
Piénselo. Usted hace algo indebido, y el Señor calla; ni una palabra de reprobación. Usted, por el contrario, se esfuerza y supera la tentación, y el mismo Señor calla; ni una palabra de aprobación. El padre Larrañaga pone este caso: “Pasaste la noche entera de vigilia ante el Santísimo Sacramento. Además de que solamente hablaste durante la noche y el Interlocutor calló, cuando al amanecer salgas de la capilla, cansado y soñoliento, no escucharás una palabra amable de gratitud o de cortesía. La noche entera, el Otro calló, y a la despedida también calla”. Los casos se pueden multiplicar. El mismo autor observa: “Jesús en la cruz experimenta una viva impresión interior de que está solo, de que el Padre está ausente, de que también el Padre lo abandonó”.
Con todo ello, lo que quiero tratar de explicar, aunque resulte difícil entenderlo, es que el “silencio de Dios” es parte constitutiva de la esencia misma de la vivencia de la fe. No lo olvide, y siga usted caminando. Es así, y hay que tenerlo siempre y en todas partes en cuenta. En ello está en gran medida el mérito de la fe.
Este silencio se hace más cerrado e incomprensible cuando se trata de situaciones extremas, de mucho dolor, en personas creyentes que todo lo esperan de Él.
Ejemplos: muerte de una madre joven y varios hijos pequeños, un niño que queda afectado durante toda su vida por una enfermedad temprana, la familia que perece en un accidente, una serruchada de piso lo deja sin empleo en una crisis económica grande… Las preguntas en la oscuridad: ¿Cómo es posible? ¿Dónde estaba Dios? ¿Qué hace, no es Padre, no es todopoderoso? ¿Por qué calla…?
El padre Larrañaga comenta: “El creyente es invadido por el silencio envolvente y desconcertante de Dios y, poco a poco, es dominado por una vaga impresión de inseguridad, en el sentido de si todo será verdad, si no será producto mental, o si, al contrario, será la realidad más sólida del universo. Y se queda navegando sobre aguas movedizas, desconcertado por el silencio de Dios. Aquí se cumple lo que dice el salmo 29: ‘Escondiste tu rostro y quedé desconcertado’”.
Y añade: “Solo un profundo espíritu de abandono y una fe adulta nos librarán del desconcierto y nos evitarán ser quebrantados por el silencio. La fe adulta es la que ve lo esencial y lo invisible. Es la que “sabe” que detrás del silencio respira Dios y que detrás de las montañas viene llegando la aurora. Lo esencial siempre queda escondido a la retina humana, sea la retina del ojo o de la sensibilidad interior. Lo esencial, la realidad última, solo queda asequible a la mirada penetrante de la fe pura y desnuda, la fe adulta”.
Quedémonos, por hoy, aquí. Seguimos con el tema otro día, Dios mediante.