Nuestra sociedad es eminentemente sexuada. Hemos convertido el sexo en una actividad protagónica de la vida. La sexualidad ha pasado a ser una panacea de la colectividad. Los aspectos sexuales no solo dejaron de ser prohibidos, sino que constituyen el placer más apetecido y buscado por amplios sectores de la población.
Esta euforia sexual contrasta con el relato cotidiano de muchas parejas. Esa expectativa parece disolverse cuando se yace en la cama. Grandes porcentajes de la población observan cómo el sexo no era lo que esperaban. La desilusión se apodera de muchas y muchas parejas, que ven desvanecerse las promesas sexuales.
Los estudios, probablemente el 75% de las parejas enfrenta o ha enfrentado problemas con el rendimiento sexual, y esto frustra el goce compartido. Entendámoslo: un hombre que padece de eyaculación precoz, por ejemplo, en un encuentro íntimo lucha contra el desconsuelo y hasta con la vergüenza por su mal desempeño. Si termina tan rápido que no le da tiempo a su pareja de disfrutar, es comprensible que tanto él como ella se sientan desilusionados sexualmente.
De igual manera, si el varón tiene fallas en la erección, empieza la relación bajo la sombra del temor de no conseguir o de no mantener la firmeza necesaria. Muchos se apuran a eyacular para no pasar por la pena de no poder terminar por haber perdido la erección. Algunos sienten cómo el pene se afloja y se pone tan suave que ya no es posible continuar con la relación sexual. Por supuesto, en estas circunstancias el disfrute de ambos queda pendiente.
Lo mismo sucede en el lado femenino. Cuando una mujer no lubrica lo suficiente o está seca a lo largo de todo el acto sexual, no logra disfrutar, porque cada penetración resulta dolorosa, tanto para ella como para él. Así, el acto sexual se torna en un calvario, en vez de una complacencia.
De igual modo, la mujer que ha perdido el apetito sexual, que ante cualquier iniciativa del varón responde con excusas y pretextos, y cuando accede lo hace con desgano, desalienta a su pareja y sufre con cada encuentro íntimo. Y ni qué decir de aquellas que, con todas las ganas del mundo tienen relaciones sexuales, pero, a pesar de los reiterativos intentos, no alcanzan el orgasmo. Con el tiempo afloran la frustración, el enfado o la tristeza, pues ese desánimo sexual va reduciendo el apetito sexual.
Lo mismo ocurre cuando el acto resulta doloroso, sea para el hombre o para la mujer. El dolor es enemigo de la sexualidad y, como tal, impide las relaciones fluidas y placenteras y hace desaparecer las ansias sexuales.
En la actualidad, contamos con tratamientos que nos permiten resolver la inmensa mayoría de esos problemas sexuales, para que las parejas disfruten a sus anchas la vida sexual.