El mayor riesgo al que está expuesta la humanidad es que los pueblos renuncien a pensar, a cuestionar, a investigar y se dejen llevar solo por lo que se dice en las redes, por lo que afirman los influencers, por lo que publican los tiktokers, por lo que repiten sin verificación alguna los usuarios de Facebook o por lo que gritan los populistas del momento.
Estar a favor o en contra de algo no es el problema, el problema es defender una posición o un hecho sin tener la certeza de que lo que se defiende es lo correcto o sin haber comprobado que lo que se ataca merece ser denunciado. No, no basta la sospecha, la percepción o la maledicencia para que un hecho se convierta en algo verídico, real o fidedigno, por lo que hay que tomarse el tiempo de investigar, verificar y pensar.
Sí, pensar. Pensar cuál es la intención con la cual se “pone a rodar” una afirmación en las redes, “quién se beneficia de ella” o cuál es la fuente que da garantía que lo publicado es verídico o digno de ser reenviado… se hace un flaco favor a la Verdad y la institucionalidad cuando simplemente se repite desde la ignorancia, el resentimiento o el odio.
Una y otra vez, escuchamos o leemos afirmaciones tendenciosas que carecen de veracidad y que, sin embargo, son defendidas con pasión y repetidas como si quienes las avalan y las reafirman hubieran presenciado los hechos o tuvieran pruebas irrefutables que las hacen dignas de ser propagadas. Es cierto que mucha de esta defensa proviene de trols pero hay, sin embargo, quienes se dejan engañar. Decía Goeble, “miente, miente que algo queda” y fue así como los nazis lograron convencer a muchos de sus compatriotas de su “verdad” y los llevaron a la guerra, les infundieron odio y sembraron muerte y destrucción.
No hace mucho tiempo y a pesar de que el acceso a la información era más limitado, las personas solían buscar referentes que les dieran una mayor garantía sobre la seriedad y veracidad de hechos, eventos, noticias o información que salía a la luz pública. Se tenía el espacio y la oportunidad para pensar, investigar distintas fuentes, confrontar hechos y valorar opiniones y así sacar conclusiones propias. Hoy la estrategia ha sido minar la credibilidad de todo referente confiable y con ello crear el reino de la desinformación.
La sana crítica, el intercambio de ideas, la negociación y hasta la confrontación siempre han hecho posible que la democracia se vea fortalecida. Un pueblo que piensa, que se informa y se educa constituye un freno para el autoritarismo, el populismo y cualquier otra forma de administración que busque suprimir la libre voluntad de las personas. El pensamiento crítico, sin embargo, libre de ataduras y bien informado, ha representado a lo largo de los siglos un peligro para quienes quieren dominar la voluntad del pueblo, por lo que minar la educación, propiciar el descredito de los referentes, acabar con la libertad de expresión y propiciar la desinformación y el adoctrinamiento es una tarea de primer orden.
No podemos olvidar que quienes se han atrevido a pensar, son aquellos que han transformado el mundo, quienes han hecho posible las revoluciones, quienes han enfrentado las injusticias, la corrupción y la ignorancia, los que se han atrevido a cuestionar y analizar el mundo que les ha tocado vivir, para luego propiciar el cambio sobre bases firmes y bajo la luz del conocimiento. Ellos han sido perseguidos, muchos condenados, vituperados y hasta asesinados por quienes temen ser desnudados en su ignorancia, en su mentira, en su egolatría y su debilidad. Quienes se han osado pensar han pagado el precio de ser desafiantes, fieles a la verdad, inconformes con la mediocridad, la mentira o el engaño… y por eso son peligrosos, por eso son perseguidos, por eso se ataca a las casas de estudio que los forman y se minan los recursos de la educación y la cultura donde el pensamiento, la creatividad y la imaginación se estimula y se promueve.
Es a través de la formación y el pensamiento crítico que los pueblos han terminado con las tiranías, han construido el progreso y han abierto las puertas de la participación popular. El riesgo que se corre cuando un pueblo deja de pensar es que es fácilmente manipulable. Está en cada ciudadano atreverse a pensar, decidirse a cuestionar, molestarse en verificar todo aquello que se dice y se afirma con sospechosa contundencia, de uno y otro lado, pues solo así se puede llegar a la Verdad y a ejercer verdaderamente la libertad.