En el día a día, el racismo se presenta de manera tan constante y persistente que se ha convertido, lamentablemente, en una parte cotidiana de la vida de muchas personas, como el pan que comemos todos los días. Esta realidad, que debería ser motivo de indignación y acción, a menudo pasa desapercibida o se normaliza, o hasta se considera “graciosa”, perpetuando un ciclo de discriminación y desigualdad.
El racismo no se manifiesta únicamente en actos flagrantes y evidentes de violencia o discriminación explícita; también se encuentra en los pequeños detalles, en las miradas de desaprobación, en los comentarios despectivos, en los “sonidos” que hacen algunos presentadores de televisión. Hasta en las políticas y prácticas que, aunque sutiles, tienen un impacto profundo en la vida de las personas. Este racismo estructural y sistémico es el más insidioso, pues se arraiga en en la sociedad y en la cultura, afectando a generaciones enteras.
A lo largo de la historia, muchas comunidades han sido marginadas y oprimidas. Esta violencia se refleja en disparidades en educación, empleo, justicia y hasta algo tan básico como el acceso a la salud. Estas desigualdades no son accidentales; son el resultado de siglos de racismo estructural.
El racismo cotidiano también se ve en los medios de comunicación, donde presentadores de televisión refuerzan ese racismo con sus comentarios y acciones, justificados siempre por ser “comedia” o que es un simple “chiste”. Esta representación distorsionada refuerza prejuicios y perpetúa la discriminación. Los medios tienen un papel crucial en la formación de percepciones y actitudes, y es esencial que se comprometan a una representación justa y precisa de todas las comunidades.
Para combatir el racismo, es fundamental reconocer su existencia y sus manifestaciones en la vida diaria. No basta con rechazar el racismo explícito; debemos también desafiar las actitudes y prácticas sutiles que lo perpetúan. Esto requiere educación, tanto en las escuelas como en la sociedad en general, sobre la historia y las realidades actuales del racismo.
La lucha contra el racismo es una responsabilidad de todos. No podemos esperar que las personas más afectadas por la discriminación sean las únicas en levantar la voz. Es imperativo que aquellos con privilegios utilicen su posición para abogar por el cambio y apoyar a las comunidades marginadas. Solo a través de un esfuerzo colectivo podremos aspirar a una sociedad verdaderamente equitativa y justa.
El racismo como el pan de todos los días no es una condena inevitable. Es una realidad que podemos y debemos cambiar. Al reconocer y enfrentar el racismo en todas sus formas, podemos construir un futuro donde la diversidad sea celebrada y todos tengan las mismas oportunidades para prosperar.