En los días sucesivos a la elección del papa Francisco, se leía y escuchaba todo tipo de comentarios. Hubo quien te felicitaba por el papa “latinoamericano”, mientras otra colega se alegraba porque iba a practicar mejor su español… Pero lo increíble fue escuchar a un europeo lamentándose de que “llegó la Teología de la Liberación” al papado.
Después de algunos años en Europa, he comprobado que desde ciertos sectores no se conoce mucho de la Iglesia que peregrina en América Latina. Hay cardenales y obispos que esperan poco de sus canteras, y ciertos presbíteros tienen la idea de que el clero es conflictivo, permisivo y que siempre está pidiendo ayuda económica.
La percepción que se tiene del pueblo de Dios en algunos casos, es que vive una fe tan popular que pierde sustento, o que se entrega a veces a la imaginería y a lo mágico, sin un sustrato sólido de la fe.
Hasta en algunas congregaciones religiosas hay prejuicios. Se cree que las vocaciones llegadas para formarse al Viejo Continente traen traumas, poca solidez en los principios cristianos e imposibilidad de vivir en ambientes familiares, como es la vida en comunidad.
Entonces, en propios y extraños, ignorando lo que hay realmente en una Iglesia con la mitad de los católicos del mundo, surge la pregunta evangélica: ¿Qué puede salir de bueno de América Latina?
Ahora hay un papa. Pero a algunos les cuesta creer que él haya sido el mismo hombre simple que hoy viste de blanco y sin mayores exigencias, mientras están a la espera que desde la estructura vaticana empiecen pronto a “corregirlo”, por no decir encausarlo…
Sin poses histriónicas
Han surgido voces también de que el papa viene haciendo gestos “populistas”. Una colega europea estaba molesta porque se refiriese solo al pueblo de Roma, o porque el primer día dijo que iba a rezarle a la Virgen. Ni qué decir de aquellos que lo critican ya por detener el vehículo oficial y bajarse a abrazar, besar y consolar.
Lo que sí impresiona es que no se comprenda otras actitudes como la sencillez, la mortificación y la calidez con que viene ejerciendo su ministerio petrino. Es como si fuera justo opinar sobre el modo en que cada uno entiende y vive su opción cristiana.
Y sobre este último punto vamos a detenernos en esta serie de artículos, a través de los cuales queremos analizar por qué el papa es quien es, bajo qué contexto eclesial ha madurado su ministerio, y a qué desafíos respondió con nombre propio, sin acomodos…
Inmigrante y trabajador
Como sabemos, el niño Jorge Bergoglio vivió y creció como parte de una familia de inmigrados a la Argentina, donde tanto su padre como su madre llegaron en busca de mejores condiciones de vida; y en el caso de su padre –como él lo recuerda en su biografía– fue atraído por la idea de reunirse con sus demás hermanos que ya trabajaban en el país.
Tenemos aquí dos valores fundamentales de los cuales bebió el actual papa: la familia y la inmigración; son semillas claras de la valorización que le daría siempre a la institución natural de la familia. Nos queda conocer aún lo que dirá y hará por la situación de los migrantes en el mundo, dada su experiencia directa con ese ambiente.
Se ha conocido también por sus propios recuerdos, que tuvo un contacto precoz con el contexto obrero, ya que su padre le pidió que trabajara a la edad de 13 años. “Fue lo mejor que mi padre hizo por mí”, recordó él mismo.
Fue así que –ya en espíritu de obediencia–, trabajó dos años haciendo limpieza en una fábrica de medias, para luego ser promovido a labores administrativas allí mismo por un año. Tiempo después ingresó en un laboratorio de alimentación industrial, más cercano a lo que ya estudiaba en la secundaria, de donde egresó como técnico químico industrial.
Él mismo narra cómo en esos años se sentía exigido por un horario que apenas le dejaba almorzar, y que tenía el tiempo exacto para correr a las clases que empezaban a las 20 horas. Años después recordaría esta época como una escuela, donde aprendió la seriedad del trabajo y cuánto “unge” este de dignidad al que lo ejerce.
Por eso se entiende su preocupación temprana por la situación del inmigrante. En su misma biografía, expresa su dolor por los inmigrantes que no pueden trabajar; pero a la vez por algunos hijos o nietos de aquellos que no fueron educados para el trabajo, olvidándose “del calambre sufrido por sus abuelos”, como él mismo advierte.
Hijo de su tiempo
Tras graduarse como técnico químico se sintió llamado a ser presbítero y entró en la Compañía de Jesús. Sabemos bien sobre los estudios complementarios y la cantidad de idiomas que domina, además de los cargos y dignidades recibidas.
Pero cada época de la vida del papa lo siguió marcando, como fueron los años sesenta en que se preparaba para ser presbítero y religioso. Se podría decir que fue un hijo del Vaticano II, de cuyas constituciones conciliares y demás documentos se nutrió durante sus estudios y reflexiones.
Temas como el papel de la Iglesia en el mundo actual, la nueva configuración de la jerarquía–pueblo de Dios, las adecuaciones de la liturgia para hacerla más participativa, así como la familiaridad con una palabra de Dios que tendría que iluminar el presente, fueron fundamentales para entender hacia dónde iría su ministerio.
A esto se puede añadir el nuevo perfil de presbíteros y religiosos, el diálogo ecuménico e interreligioso, la apropiación definitiva de los medios de comunicación para la evangelización, entre otras nuevas orientaciones, que hoy celebran cincuenta años desde que fueron ofrecidas al mundo entero.
Ordenado en el año 1969, le esperaba un periodo fundamental de la Iglesia Latinoamericana que marcaría gran parte de su recorrido histórico como ministro ordenado. Fue un tiempo durante el cual casi nadie se lavó las manos a la hora de responder a sus líneas pastorales, y a los tantos desafíos identificados. Y menos él.
La Conferencia de Medellín
Jorge Bergoglio contaba los meses para ser ordenado presbítero por el entonces arzobispo de Córdoba, Ramón José Castellano. Mientras tanto, en el norte de Sudamérica, en la ciudad colombiana de Medellín, los obispos del continente entero se reunían del 26 de agosto al 8 de septiembre de 1968 para analizar las repercusiones del Vaticano II, y trabajar en sus primeras adecuaciones y transformaciones.
La expectativa hacia los cambios creció en todos cuando las conclusiones de esta Conferencia, con su famoso “Mensaje a los Pueblos de América Latina”, recibieron la aprobación del papa Pablo VI, quien había viajado hasta allí para inaugurarla y desde donde utilizó el término tan apreciado de “Continente de la Esperanza”.
El hoy papa Francisco, junto a su comunidad de jesuitas, seguirían sin duda todas las informaciones que llegaban de este evento, que como explicaremos, tuvo una influencia clarísima del Vaticano II (1962-1965) y de la encíclica «Populorum Progressio» del mismo Pablo VI (1967).
Jorge Bergoglio vería así convalidado en el documento el método pastoral del «Ver, Juzgar y Actuar», que con tanta precisión aplicaría en su labor apostólica, aún hasta nuestros días. Sobre esto, basta leer atentamente sus homilías de sumo pontífice para notar lo bien que lo aplica, y cómo hace entender con claridad el momento actual en que cada uno vive.
Continuará…