Este 10 de febrero el Papa Francisco se dirigió a los Señores Obispos de EE.UU. en relación con la masiva deportación de inmigrantes ilegales en curso en su país. Es una carta que amerita nuestra atención.
También nosotros somos un país de destino migratorio, y también entre nosotros hay muchos inmigrantes ilegales que muchas voces con frecuencia piden expulsar.
La inmigración, nos lo recuerda el Papa, es un fenómeno que claramente marca nuestro tiempo. Ciertamente es un fenómeno presente a lo largo de la historia, desde que nuestros antepasados iniciaron su marcha desde África hacia los otros continentes. Pero con los estados nacionales y la determinación de sus fronteras, es una actividad que afecta nuevas circunstancias.
Además, ya desde el siglo XIX los avances en los sistemas de transporte, la disminución de sus costos, y por mucho tiempo la disminución de los riesgos, vienen provocando importantes olas migratorias que se trasladan de naciones con menores avances económicos y facilidades de empleo, hacia los países que van a la vanguardia del crecimiento y de la apertura de nuevas ocupaciones.
En nuestros días los incentivos para emigrar hacia países con mayor desarrollo económico se han visto fortalecidos por las facilidades de la infocumunicación. Quienes sufren infortunios contemplan a quienes en otros países viven satisfactoriamente. Y sin duda otro fenómeno que estimula la migración es la aparición de gobiernos despóticos, que se imponen mediante el terrorismo de Estado y generan no solo pobreza, sino inmensa inseguridad para las personas.
Con el crecimiento de la llegada de inmigrantes se agudiza el deseo de proteger la propia identidad de los habitantes de países recipientes, e incluso se destapan sentimientos xenofóbicos.
Todo lo anterior hace del fenómeno migratorio una de las principales preocupaciones de la actualidad y hace muy conveniente esta reflexión del Papa Francisco.
Debemos reconocer los derechos de cada Estado a defender sus fronteras, a distinguir la migración legal de la ilegal, a regular cómo se confronta la ilegalidad, a evitar el abuso en el reclamo de refugio. Pero debe primar el respeto a la dignidad de todas las personas.
Por eso el Papa Francisco indica:
“… una política que regule la migración ordenada y legal. … no puede construirse a través del privilegio de unos y el sacrificio de otros. Lo que se construye a base de fuerza, y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará. Los cristianos sabemos muy bien que, solo afirmando la dignidad infinita de todos, nuestra propia identidad como personas y como comunidades alcanza su madurez”.
“…el acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente, lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión”.
“…un auténtico Estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, los más pobres y marginados. El verdadero bien común se promueve cuando la sociedad y el gobierno, con creatividad y respeto estricto al derecho de todos -como he afirmado en numerosas ocasiones-, acogen, protegen, promueven e integran a los más frágiles, desprotegidos y vulnerables”.
“Exhorto a todos los fieles de la Iglesia católica, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados. Con caridad y claridad todos estamos llamados a vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen cada vez más, a evitar muros de ignominia, y a aprender a dar la vida como Jesucristo la ofrendó, para la salvación de todos”.