Somos una nación democrática que le hemos encargado al gobierno la responsabilidad de la seguridad, pero estamos flaqueando cuando sabemos que nos encontramos ante un problema de inseguridad, no necesariamente, ante una crisis de inseguridad. Como nos encontramos a tiempo de hacer un giro, no debemos quedarnos dormidos y menos con las manos cruzadas porque, esa clase inseguridad, la podríamos llegar a tener a lo largo y ancho del territorio nacional. En Costa Rica el problema comenzó sin darle importancia, pero ahora, comienza a dar miedo, siendo precisamente el momento, cuando el gobierno y todos sus ciudadanos debemos hacer el esfuerzo de revertir el mal, si no queremos que la inseguridad se apodere de todos en el país. A la inseguridad no le podemos permitir tomar alas y que se pierda en las nubes, como sí ha sucedido en otras naciones, que están asfixiadas en sus garras y en las que ya hay crisis.
En estos países hermanos, la batalla ya no es sólo contra el hampa común y corriente, sino contra el narcotráfico y el crimen organizado. Entonces, mientras el gobierno y los poderes del Estado (Justicia), no se pongan las “pilas” y nosotros pongamos oídos sordos a las noticias que todos los días nos están dando los medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión), en especial, de que se detienen delincuentes, que se ponen en manos de la justicia, pero los mismos pocas horas después quedan en libertad, regresando a las calles a cometer las mismas faltas, sin duda, alguien está fallando. La delincuencia es un problema que debe tener nuestra atención, siendo importante saber que la percepción de inseguridad la manifestamos la mayoría de los costarricenses, que es muy alta y que necesitamos ponerle freno, si no queremos, estar a la par de los países donde el delito reviste características violentas.
Ninguna persona responsable, sólo por sus colores políticos y querer defender ideas partidistas, puede ignorar que en los últimos años se ha generado cada vez más la sensación de inseguridad, permitiendo la desconfianza en las instituciones del Estado, en especial, las que tienen el mandato de proteger a todas las personas. La inseguridad ciudadana que sentimos los costarricenses, conjuntamente con la falta de empleo y la corrupción, se ha convertido en el “gallo pinto” diario de todos nosotros. La ola de asaltos a mano armada en las calles y en los negocios va en aumento, así como los ajustes de cuentas de narcos domésticos, secuestros, robos y violencia familiar que son ahora, mucho más dramáticos. De no tomarse las precauciones necesarias, caeremos en el calificativo de país peligroso. En estos días, unos delincuentes asaltaron un restaurant chino donde en cuatro minutos, obligaron a los clientes a tirarse al suelo. Ahí se encontraba un respetable señor en compañía de su esposa quien, a pesar de no poner resistencia, sufrió vejaciones y maltrato, como ser lanzado al suelo con las manos atadas atrás. Pasado el asalto, se presentan dos policías, un hombre y una mujer, hacen una inspección ocular pero curiosamente, no piden refuerzos a la Fuerza Pública. Estos errores de seguridad, aun cuando sean aislados, no deben continuar. Esperemos que con la apertura de la nueva Academia Nacional de Policía las cosas cambien, en tanto, los jueces y los fiscales de la República comiencen también a moderar adecuadamente sus fallos.