En un escrito anterior, concluía diciendo que cada quien es el responsable de “salvarse” a sí mismo, aunque hay otros que deseen y puedan ayudarnos. En efecto y especialmente en emergencias se dan, no faltan valiosos estímulos y luces: una orientación, un diagnóstico, un consejo… Pero nada de eso salva en sí. Hay que practicarlo, hay que vivirlo, lo que es propio de cada quien. “Al final, concluye el Padre Larrañaga, no existe otro ‘salvador de ti como tú mismo’”. Y lo malo es lo que pasa en nuestro tiempo: la excesiva confianza depositada en los fármacos y en los psiquiatras, y se pierde la fe en sí mismo haciéndose dependientes, desestimando las armas formidables de las que se dispone para salvarse de tantos males.
Otro engaño que le puede afectar es la idea de que mientras haya gente que sufre en torno suyo, usted no puede ser feliz. El mismo Padre Larrañaga discurre así: “Saltan a la vista los eternos mecanismos del corazón humano que son: “solo los amados aman”, “solo los libres liberan”, “solo pueden ser instrumentos de paz los que viven en armonía consigo mismos”. “Los que sufren hacen sufrir”, “los fracasados necesitan hacer fracasar”, “los necesitados siembran violencia a su lado”, “los que están en conflictos meten conflicto”, “los que están en guerra consigo encienden guerra a su costado”, “los que no se aceptan no aceptan a nadie”, “los que se rechazan rechaza a todos”.
Recuerde, a propósito del amor, el dicho bíblico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No es egoísmo. Es la realidad confirmada por la experiencia y la ciencia. Una psicóloga moderna afirma que “la medida que podemos tener al amor a los otros es la medida del amor que nos tengamos a nosotros mismos”. Y esto es todo; es la felicidad, por ejemplo. No se da lo que no se tiene. La medida es pues, uno mismo. De ahí la importancia de esta reflexión y convencimiento: Hacemos felices a los demás en la medida en que lo seamos nosotros.
De nuevo el Padre Larrañaga: “Hay que comenzar, pues, por uno mismo. Amaremos realmente al prójimo en la medida en que aceptemos y amemos serenamente a nuestra persona y nuestra historia. El ideal bíblico se sintetiza en amar al prójimo como a ti mismo. La medida es, pues, uno mismo. Ya constituye un ideal altísimo el preocuparse por el otro tanto como uno se preocupa por sí mismo. Tienes que comenzar, pues, por ti mismo, el importante eres tú; sé tú feliz y tus hermanos se llenarán de alegría”.
Se pretende que el ser humano se libere del sufrimiento y sea feliz. No es un ideal egocéntrico y cerrado, hedonista, sino un programa grande, objeto de todas las ciencias del ser humano. Aquí lo que pretendemos con esta doctrina es que se capacite para amar y ayudar a que la gente sea feliz. Y ello se logra en la medida en que cada quien se ame y lo sea sufriendo menos, sufriendo mejor. Se trata de ir secando las fuentes de los sufrimientos y, si persiste, darle sentido y valor, esto sobre todo, a la luz de la fe como explicamos en su momento. Y esto que cada quien aprende y vive es para transmitirlo a los otros, lo que redundará en nuestro propio bien, es “dando como se recibe”.
Seguimos con el tema otro día, Dios mediante.