Cuando hablamos de arte, de inmediato pensamos en maestría, en la capacidad que muy pocos tienen de hacer algo común en forma extraordinaria, de transformar algo ordinario en extraordinario. Gobernar por su parte es la acción de mandar con autoridad y conocimiento, de regir o de dirigir un país y guiarlo ejerciendo fuerte influencia. El arte de gobernar por lo tanto sería la capacidad de ejercer autoridad con maestría.
Gobernar no es fácil, demanda de muchos factores que hacen posible que el liderazgo se pueda ejercer efectiva y eficazmente. Podríamos llenar hojas sobre las responsabilidades que conllevan saber gobernar y otras tantas sobre las responsabilidades que atañen a opositores y gobernados, pues al final de cuentas todos, en mayor o menor grado, somos responsables del rumbo que toma el país.
Es cierto que el mayor peso recae en el gobernante, pero no olvidemos que, en una democracia, es el pueblo el que elige a quién le entrega el poder de gobernar. La más grave responsabilidad que tiene un ciudadano que aspira a vivir en democracia es elegir en manos de quién deposita el futuro de la nación; quien elige puede aducir mil y una razones para eludir su responsabilidad cuando aquel que ha sido electo no llena las expectativas o no tiene la capacidad para hacerlo, pero la verdad es que pocos se toman el tiempo de analizar a los candidatos, sus atestados, su experiencia, su formación, vínculos, tendencia ideológica, vida personal y antecedentes de antes de emitir su voto.
Es entendible que, entre más larga sea la lista de candidatos, más difícil es la decisión, pero la responsabilidad de los electores es ineludible y el enojo, la desilusión y lo que comentan en las redes no son los mejores consejeros. Las candidaturas hay que analizarlas con seriedad buscando respuestas a preguntas sencillas como: ¿cuál ha sido su respuesta ante la adversidad? ¿Cuál es su experiencia en el manejo de poder? ¿Quiénes lo acompañan? ¿Cuál ha sido su experiencia liderando? ¿Quién financia su campaña? ¿Qué tan serio es su mensaje? y cuál es la viabilidad de sus propuestas frente a la realidad que vivimos, con un Estado anquilosado, un poder limitado y una oposición fraccionada.
Elegir y ser electo conllevan una responsabilidad, quien se postula debe ser consciente de que gobernar demanda de carácter, además de preparación. No se trata de ser ingenioso en las respuestas, ni ofrecer lo que el pueblo quiere oír, aunque en la práctica no funcione. Tampoco se trata de levantarse sobre los errores de otros, haciendo solo señalamientos o presentando soluciones “inteligentes” cuando las respuestas ya son obvias.
Vivimos una grave crisis económica y quien se postule, ante todo, debe ser honesto consigo mismo y reconocer sus limitaciones y capacidades en el manejo de la economía, entre otros atestados. No basta con ser excelente profesional, empresario o técnico ayuda, pero no es suficiente, pues para gobernar hay que ser político y no, no basta entrar en política para serlo.
Para dirigir con éxito una nación, además de contar con un equipo de gente capaz, se necesita tener criterio político, sentido de oportunidad, capacidad para negociar y conciliar intereses, conocer el funcionamiento del Estado y la relación que existe entre los Poderes, las instituciones y la sociedad civil; así como entender la posición de Costa Rica ante los organismos internacionales.
Sí, para gobernar se necesita capacidad, esa que reconocemos en líderes que hacen que las transformaciones se hagan realidad, que los proyectos se conviertan en obras, que la economía crezca para ser distribuida equitativamente, pero sobre todo que son capaces de crear un clima de confianza que invita a la inversión y que nos da la tranquilidad de saber que, quien está al mando, sabe lo que está haciendo.
¿Queremos ser gobernados por gente de primer nivel? Entonces hagamos la tarea y analicemos con seriedad a quienes hoy proponen su nombre y escojamos aquel que reúna la mayor cantidad de capacidades para poder ejercer el difícil arte de gobernar con sabiduría y honestidad.