Hablar de la verdad en nuestros días es cada vez más desafiante y, en ocasiones, incómodo. En una sociedad que promueve el relativismo, pareciera que cada persona tiene “su propia verdad” y cualquier intento de presentar una verdad universal es visto casi automáticamente como una imposición inaceptable.
Sin embargo, para quienes seguimos a Cristo, la verdad no es un concepto moldeable ni una mera opinión, es una realidad firme y transformadora. A través de ella, orientamos nuestra vida y fundamentamos nuestra esperanza.
Cristo mismo nos enseña: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6); revelando que la verdad no es solo un conjunto de enseñanzas, sino una Persona que nos llama a seguirla y nos transforma.
Jesús vino al mundo “para dar testimonio de la verdad” (Juan 18,37). Esta verdad no oprime ni aplasta; por el contrario, nos libera y da vida. La propuesta cristiana no impone, sino que invita a un encuentro, a una experiencia de libertad y de paz.
En un contexto cultural que con frecuencia desvirtúa o ridiculiza la fe, vivir de acuerdo con la verdad cristiana, exige valentía y coherencia. Supone actuar conforme a nuestros valores, incluso cuando estos contradicen las corrientes de pensamiento del momento.
Para los cristianos, vivir según la verdad de Cristo es tanto una gracia como un desafío diario. La honestidad, la compasión, la justicia y la humildad son piedras angulares en esta forma de vida.
Reconocer a Cristo como la Verdad no se limita a la confesión de fe, sino que nos empuja a encarnar esa verdad en cada aspecto de nuestra vida. Este compromiso exige que nuestras acciones, palabras y actitudes reflejen de manera auténtica el amor y la justicia que Él nos enseña.
Sin embargo, sabemos que no es un camino fácil; vivir la verdad de Cristo requiere firmeza y coherencia en un mundo que a menudo nos invita a acomodarnos a “valores” opuestos.