Con el surgimiento de movimientos ideológicos, políticos y hasta pseudorreligiosos en Costa Rica, se nos quiere imponer la idea de que una sociedad cuanto más secularizada e “inclusiva”, al margen de doctrinas religiosas, es más pacifista y abierta. Asimismo, apelando a la ciencia como único soporte formativo, sin ningún empacho, diversos grupos de interés y promoción con injerencia real en posturas oficiales condicionan la existencia de la asignatura de educación religiosa en las instituciones educativas de nuestro país.
Dichos grupos de presión, titulares de una visión de persona humana y de mundo confrontada con los valores cristianos, se convierten en autores “legitimados” cuyo poder equiparable al político, les permite implantar de forma sistemática, su propia interpretación ideológica o ética opuestas a la existente.
No es ni remotamente inocuo querer eliminar la presencia de valores cristianos o recomendar un abierto sincretismo religioso en contra de las confesiones cristianas, en particular, de la Iglesia Católica. Han quedado manifiestos los intereses y pretensiones particulares de estos grupos que, valiéndose incluso de muchos medios e instituciones, tienen impacto en la vida pública.
Por este motivo, es justo señalar que la educación religiosa, a la luz de la normativa vigente, constituye un fin y un pilar de importancia dentro del sistema educativo costarricense. En realidad, dicha enseñanza promueve el desarrollo integral de la persona y sus valores éticos, estéticos y religiosos. Además de capacitar la apreciación, interpretación y creación de la belleza. Pero, sobre todo, la educación religiosa cultiva los sentimientos espirituales y morales; fomentando la práctica de las buenas costumbres según las bases cristianas sobre las que se ha construido nuestra identidad como Nación.
Un acercamiento simplista a esta cuestión pasa por alto que todo sistema educativo que sea considerado de verdad integral no puede obviar la dimensión religiosa y espiritual de la persona. La educación en general, como ha quedado plasmada en el pensamiento del Papa Francisco, es a imitación de Jesús, nuestro Maestro: “enseñar a vivir bien” (Papa Francisco. Mensaje dirigido a los estudiantes de las escuelas de Jesuitas en Italia y Albania, junio 2013).
Por tanto, la dimensión religiosa de los niños y jóvenes no es un simple anexo, sino que forma parte de la persona, ya desde la infancia; es apertura fundamental a los demás y al misterio que preside toda relación y todo encuentro entre los seres humanos. La dimensión religiosa humaniza en verdad a toda persona.
Otro aspecto, no menos importante, es la defensa del derecho que asiste a los padres, madres y tutores legales, para que sus hijos e hijas reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones (Cfr. Convención Americana de Derechos Humanos, art. 12, 4). Derecho violentado últimamente por el adoctrinamiento ideológico respecto a la familia, la persona y la enseñanza sexual de los gobiernos de turno, que proponen un modelo de ética ajeno a la voluntad del pueblo.
Animo a los docentes de educación religiosa a mantener siempre sus ideales con el convencimiento de que la educación religiosa de confesionalidad católica favorece la reflexión sobre el sentido profundo de la existencia, ayudando a encontrar, más allá de los múltiples conocimientos, una articulación extraordinaria porque esos procesos de aprendizaje ponen en el centro a la persona humana y su inviolable dignidad, dejándose iluminar por la experiencia única de Jesús de Nazaret.
*Arzobispo Metropolitano