A estas alturas, lo primero es consignar que recién iniciada la familia franciscana se une un nuevo compañero llamado Felipe Lungo que, al hablar de Dios, lo hace con palabras altísimas y sumamente inspiradas. ¿Y Francisco? El padre Larrañaga cuenta que “frecuentemente pasaba noches enteras en oración. El recuerdo del Crucificado le quemaba como fuego produciéndole una extraña mezcla de gozo y dolor, de pena y alegría. Sobre el ápice de su espíritu sentía florecer una roja herida. Siempre que pensaba en el Crucificado, la herida se le renovaba y manaba sangre, y rompía a llorar, y no importaba que lo vieran llorar”.
Es viernes. El Hermano ordena a los demás hermanos que se integren, como cualquier otro día, a sus tareas. Francisco se quedó en casa, sin comer ni beber absolutamente nada. La mañana entera la pasa pensando y sintiendo la Pasión del Señor. Hacia las tres de la tarde rompe en un llanto incontenible. Se levantó y se fue al bosque, llorando sin parar, ni ante la presencia de un campesino con el que se topa y que le pregunta: ¿qué te pasa, hermano, por qué lloras? Y sin dejar de llorar, se lamenta: “¡El Amor no es amado!, ¡el Amor no es amado! ¿Cómo se van a amar los hombres, si no aman al Amor?”. El campesino no pudo contenerse y también rompió a llorar. Y la crónica acaba diciendo: “Conocimos a ese hombre. Y él nos contó el suceso a nosotros, compañeros del bienaventurado Francisco, para gran consolación de nuestras almas”.
Pero volvamos a la Porciúncula y en ella a los “compañeros”, testigos de las revelaciones místicas de nuestro protagonista. En estos momentos, son ya ocho. Durante los últimos meses, los del invierno, los han pasado dedicados a la oración, más prolongada por lo mismo, y a la atención a los leprosos y a los campesinos. Todo normal. Pero el Hermano está preocupado por las hostilidades sufridas en su primera salida a las Marcas de Ancona, especialmente las inseguridades y sobresaltos de Egidio. Los hermanos han logrado ya suficiente madurez humana y divina para superar dificultades, pero no lo referente al desprecio, el absurdo, la inutilidad, la humillación… De ahí que Francisco se detenga el tiempo necesario para enseñarles con su ejemplo y palabra, la humildad en las persecuciones.
Ahí lo dejamos, hasta otro día.