Costa Rica terminó una jornada electoral intensa y muy polémica, en la cual los límites de la tolerancia se fragmentaron en mil y una partes. A pesar de que los candidatos llamaron a hacer una campaña de altura, muchas veces eso quedó solo en las palabras.
Quizá los ataques, en lugar de fortalecer a uno u otro aspirante, lo único que generaron fue que la gente se desencantara más de la política provocando altos porcentajes de abstencionismo, los cuales en esta ocasión ascendieron a 43,24%.
En otras palabras, prácticamente la mitad de las personas que tenían la posibilidad de votar decidió quedarse en su casa, salir de paseo u hacer cualquier otra actividad que no tuviera ni la mínima relación con las elecciones.
Si nos sentamos a ver este dato, debería generarnos una gran preocupación porque quiere decir que elegir a quienes nos gobernarán por cuatro años queda en unas pocas manos, pero eso sí, cuando el barco empieza a hundirse todo mundo se queja, pese a haber decidido no dejar su sillón para cumplir con su deber sagrado hacia la patria.
Si bien el abstencionismo es un tema bastante preocupante con el cual debemos luchar para no perder el privilegio que tenemos en Costa Rica de ejercer el derecho al voto, hay un tema aún más grave y es que no podemos permitir que nuevamente un proceso electoral se convierta en una lucha campal entre dos bandos.
Ahora bien, nuestro país sigue siendo ejemplo a nivel mundial en cuanto a temas de democracia, porque la gente puede ir a votar sin temor a morir, ostenta la posibilidad de elegir libremente y además se cuenta con una institución que da la seguridad de estar haciendo bien las cosas en el tema electoral.
Además, para nadie es un secreto que aún los costarricenses son reconocidos por ser respetuosos de los resultados de los procesos electorales. Así no se comparta la decisión de la mayoría, el resto espera que el candidato electo haga un buen papel porque al fin y al cabo será el capitán del barco donde navegamos todos.
A pesar de que el abstencionismo va ganando terreno cada vez más, no podemos negar que al final salió victoriosa la democracia que por muchos se ha definido como un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de este tanto a elegir como a controlar a sus gobernantes.
Es una forma de organización del Estado en la cual las decisiones colectivas las adopta el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes. En el sentido estricto de la palabra, es el gobierno del pueblo.
Bajo esa premisa resulta imposible obviar que la democracia debe ser de calidad, no solo un sistema político al que debemos aspirar para considerarnos una sociedad civilizada.
No podemos evitar preocuparnos por las situaciones que vemos a nivel mundial, quienes siguen las noticias internacionales han visto cómo en procesos democráticos de otras partes del mundo se perpetran las peores barbaridades.
Como algunas personas viven en regímenes donde realmente los pobladores de estos territorios la pasan muy mal en muchos de los ámbitos de su vida, precisamente por eso no podemos permitir que nuestro país llegue a este tipo de cosas.
Hay naciones donde votar y elegir a los representantes no implica una buena calidad de vida, donde no se convierte el acto inmaculado del sufragio en una buena acción.