El rostro de Costa Rica está envejeciendo, pero nuestra capacidad para honrar y proteger a quienes construyeron los cimientos de nuestra sociedad parece deteriorarse velozmente. Las cifras reveladas recientemente por la Asociación Gerontológica Costarricense (Ageco) no solo son alarmantes, consisten en una acusación directa a nuestros valores como sociedad.
Hubo 700 llamadas anuales de adultos mayores en situación de vulnerabilidad. La mitad de ellas relacionadas con violencia, principalmente por abandono. Estas no son meras estadísticas, sino historias de vida truncadas, de dignidad vulnerada, de soledad impuesta. En un país que se precia de su desarrollo social y su solidaridad, estas cifras comprenden una mancha en nuestra conciencia colectiva.
La realidad es todavía más preocupante cuando consideramos que los adultos mayores representan ya el 10% de nuestra población, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), y esta proporción continuará creciendo. Nos enfrentamos a una crisis silenciosa que amenaza con convertirse en una tormenta perfecta: pobreza extrema, viviendas inadecuadas, soledad y, lo más perturbador, violencia sistemática contra nuestros mayores.
La Política Nacional de Envejecimiento y Vejez, que acaba de cumplir su primer año, parece ser otro ejemplo de la brecha entre las buenas intenciones y la realidad cotidiana. Como señala Fabián Trejos, gerente general de Ageco, el compromiso institucional es “débil y frágil”. Las instituciones fallan en traducir las palabras escritas en papel a acciones concretas que transformen vidas.
El sistema de salud, según advierte la defensora de los Habitantes, Angie Cruickshank, deberá prepararse para atender a esta población creciente. Pero la verdadera pregunta es: ¿estamos dispuestos como sociedad a hacer los cambios estructurales necesarios para garantizar una vejez digna a quienes nos precedieron?
La respuesta requiere más que políticas públicas robustas: demanda una transformación cultural profunda. Necesitamos reconectar con valores fundamentales como el respeto a nuestros mayores y la responsabilidad intergeneracional. La violencia y el abandono que sufren no son problemas aislados, son síntomas de una sociedad que ha perdido el rumbo en aspectos fundamentales.
Es hora de pasar de la indignación a la acción. Necesitamos programas concretos con objetivos medibles, recursos adecuados y, sobre todo, voluntad política real. La línea de atención de Ageco no debería ser un último recurso desesperado, sino parte de una red integral de apoyo y protección.
Costa Rica no puede seguir postergando esta deuda social. Cada llamada de auxilio, cada caso de abandono, cada situación de violencia contra un adulto mayor es un fracaso colectivo que nos interpela como sociedad. El verdadero desarrollo de un país no solo se mide por sus indicadores económicos, sino por cómo trata a sus miembros más vulnerables.
El tiempo de actuar es ahora. Mañana podríamos ser nosotros quienes necesitemos esa protección que hoy negamos a nuestros mayores.