El reciente informe del Organismo de Investigación Judicial sobre el incremento del acoso escolar en el país evidencia una realidad alarmante. En el último año, solo en San José se registraron 300 denuncias, muchas de ellas por amenazas personales.
Frente a estos datos, la respuesta de la sociedad no puede reducirse a la penalización de los menores de edad. Si bien es importante que exista un marco legal para sancionar los casos más graves, la solución definitiva debe ir más allá del castigo y enfocarse en la educación y la prevención.
El bullying es un problema profundo que no se erradica con sanciones, sino con cambios estructurales en la forma en que la sociedad aborda la convivencia en las aulas.
La violencia entre estudiantes no es un fenómeno aislado, sino el reflejo de patrones culturales que se transmiten en los hogares, las comunidades y los entornos digitales. Para eliminarlo de raíz, es fundamental que el sistema educativo y las familias trabajen de manera coordinada en la concienciación sobre el respeto, la empatía y la tolerancia.
La enseñanza de valores debe comenzar en los primeros años de escolaridad. Desde la etapa preescolar y primaria, los niños deben recibir formación sobre el respeto a la diversidad, la resolución pacífica de conflictos y la importancia de la empatía.
Los programas deben incluir espacios de reflexión en los que los menores comprendan cómo sus acciones pueden afectar emocionalmente a los demás.
No se trata solo de enseñar que el bullying es incorrecto, sino de fomentar habilidades socioemocionales que permitan construir relaciones sanas y respetuosas.
En este sentido, los docentes tienen un papel clave. La capacitación del personal en la detección y abordaje debe ser una prioridad.
Muchas veces, los casos pasan desapercibidos porque los adultos no identifican las señales de alerta o minimizan los comportamientos agresivos como simples juegos infantiles.
Es fundamental que las escuelas cuenten con herramientas para intervenir a tiempo, antes de que la situación escale a niveles que pongan en riesgo la integridad de los estudiantes.
El papel de la familia en la prevención es insustituible. Los valores y actitudes que los niños desarrollan en casa tienen un impacto directo en su comportamiento dentro del aula.
Por ello, es imprescindible que los padres y encargados participen activamente en la educación emocional de sus hijos. Conversar con ellos sobre el respeto, enseñarles a ponerse en el lugar del otro y fomentar la comunicación abierta son acciones esenciales para prevenir comportamientos agresivos.
Además, deben estar atentas a las señales de alerta. Un niño que sufre bullying puede presentar cambios en su estado de ánimo, miedo a asistir a la escuela, bajo rendimiento académico o aislamiento social.
Por otro lado, un menor que ejerce acoso puede mostrar actitudes de desvalorización hacia sus compañeros, uso frecuente de la burla o conductas dominantes. Identificar estos comportamientos a tiempo permite actuar antes de que se conviertan en un problema mayor.
En la actualidad, no se limita a las aulas, sino que se ha trasladado al entorno digital. El ciberacoso es una de las formas más preocupantes de violencia escolar, pues amplifica el daño y expone a las víctimas a una humillación masiva.
La viralización de memes ofensivos, la difusión de imágenes sin consentimiento y los comentarios agresivos en redes sociales han convertido a las plataformas digitales en escenarios donde puede ocurrir en cualquier momento y sin fronteras.
Por ello, enseñar sobre el uso responsable de la tecnología es fundamental. Los centros escolares deben incluir en sus programas la alfabetización digital, para que los estudiantes comprendan las implicaciones de su comportamiento en línea.
Asimismo, las familias deben supervisar el uso que sus hijos hacen de las redes sociales y establecer límites claros para evitar que se involucren en situaciones de ciberacoso.
El bullying no es un problema exclusivo de las escuelas, es un reflejo de la sociedad en la que vivimos.
Combatirlo requiere el compromiso de todos los sectores: educativo, familiar, estatal y comunitario. Las instituciones deben fortalecer las estrategias de prevención, garantizando que cada niño y adolescente crezca en un entorno seguro y libre de violencia.
Si queremos erradicar el acoso escolar, debemos priorizar la enseñanza sobre la penalización. Más allá de leyes y sanciones, el verdadero cambio solo será posible cuando logremos una sociedad donde la empatía y el respeto sean los valores fundamentales en la formación de las nuevas generaciones.