Con el inicio de un nuevo año lectivo, nuestras comunidades se llenan de entusiasmo y expectativas. Niños, jóvenes, educadores y familias emprenden nuevamente la hermosa tarea del aprendizaje, descubrir el mundo y prepararse para los desafíos de la vida.
En este contexto, la educación no puede reducirse solo a la transmisión de conocimientos o al desarrollo de habilidades y destrezas, sino que debe ser una formación integral que abarque el crecimiento humano, moral y espiritual de cada ser humano.
La educación integral es aquella que no solo instruye la mente, sino que forma a la persona. Enseña a pensar con claridad y actuar con rectitud, prepara para el trabajo y la vida en sociedad, pero también para el servicio y la búsqueda del bien común.
No podemos hablar de una formación completa si no está arraigada en valores fundamentales como la verdad, la justicia, la solidaridad y el respeto por la dignidad de cada individuo.
Como bien nos recuerda el papa Francisco: “Hoy más que nunca es necesario unir los esfuerzos por una alianza educativa amplia para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna”, (mensaje del pontífice para el lanzamiento del Pacto Educativo Global, 12 de setiembre de 2019).
Nelson Mandela enseñaba que “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. En efecto, al instruir en valores como la justicia y la igualdad, se siembran las bases para un cambio positivo y duradero en la sociedad. Abre puertas, fomenta el pensamiento crítico y empodera a los individuos para desafiar las injusticias y construir un futuro mejor.
La Iglesia ha sido, a lo largo de la historia, una gran educadora. Su misión no se limita a la enseñanza religiosa, sino que abarca la promoción de dignificar a la persona humana en todas sus dimensiones, por ello, está llamada a ser aliada de las familias y las instituciones en la tarea de sembrar valores que orienten la vida con sentido de las nuevas generaciones.
La educación integral no es solo tarea de las escuelas o de la Iglesia, sino un compromiso de toda la sociedad.
Desde los altos mandos del Gobierno de la República, hasta los padres de familia, docentes, medios de comunicación, líderes comunitarios y cada uno de nosotros, tenemos la responsabilidad de ser testigos de los valores que queremos transmitir.
En este nuevo año lectivo, pidamos al Divino Maestro que bendiga a nuestros estudiantes, educadores y familias.
Que nos conceda la sabiduría para guiar a los más jóvenes por el camino del bien y la perseverancia para construir, día a día, una Costa Rica más justa, solidaria, humana y pacífica.