¿Qué es educar? El término educar equivale a “extraer, arrastrar”: al educar a un niño extraigo de él algo que está ya en su interior. Algo semejante a “conducir”: se conduce al niño esencialmente de la vida inconsciente a la consciente, de la inmadurez a la madurez y al progresivo crecimiento en todos los aspectos. En ese proceso adquiere una singular importancia la disciplina.
La disciplina no es imponer y exigir, sino enseñar. No es meter al niño en un corsé, estrecho y oprimente, para llevarlo a un punto que no desea, sino como un camino abierto a la libertad y la expansión, confiando en el inagotable potencial depositado por el Creador y Padre Dios en él, en el niño.
Se han hecho clásicas las expresiones del poeta libanés Khalil Gibrán: “Tus niños no son propiedad tuya. Son los hijos y las hijas del anhelo que siente la Vida por sí misma. Sus almas habitan en la casa del mañana, donde no puedes visitarlos”. Según esto, los niños no pertenecen a los padres y educadores, sino a Dios, lo que equivale al “anhelo de la Vida por sí misma”. O lo que es lo mismo, al anhelo de ser la persona que Dios quiere que sean, lo que es solo del dominio del Señor, Creador y Padre.
Cada ser humano es un misterio, y hay que acercarse a él con asombro y respeto, con humildad, dejando ser lo que es y está destinado a ser dentro de “la casa del mañana”. Renunciar y confiar es parte del arte de educar. Padres y educadores han de renunciar a sus hijos y educandos en el sentido de no pretender que sean según ellos o un determinado modelo que tienen en su cabeza, y confiar en ellos mismos, hijos y educandos, en su impulso y fuerza, en sus infinitas posibilidades que les vienen de Dios, de la Vida en sí, en quienes han de confiar absolutamente.
El ser humano, y de acuerdo con los talentos recibidos en su momento, está llamado a ser él mismo, sobresaliente entre la mayoría, aunque, por lo que sea, no lo logre. En ambos casos, padres y educadores han de promover la necesaria confianza para dejarlos que sean lo que son, valorarlos y acompañarlos en ese sentir la Vida por sí misma, es decir, el impulso del mismo Dios, a cuya imagen y semejanza fueron hechos (véase Génesis 1,26). Dejar ser y ayudar a ser. Renunciar y confiar. El hijo y educando es un ser inefable que en su desarrollo navega entre esas dos actitudes asumidas por los buenos padres y educadores.