A menudo, nos llena de frustración presenciar cómo la dignidad humana es vulnerada y menospreciada en nuestra sociedad. Desde la discriminación hasta la explotación, pasando por prácticas como el aborto, el descarte de personas o la promoción de la ideología de género, nos enfrentamos a una amplia gama de situaciones que desafían el valor innato de cada individuo.
La vida, enseñanzas y sacrificio de Cristo iluminan el misterio del hombre, revelando el valor trascendental de cada individuo. “Jesucristo confirmó que todo ser humano posee una dignidad inestimable, por el mero hecho de pertenecer a la misma comunidad humana, y que esta dignidad no puede perderse jamás” (Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 22).
La Iglesia, nutrida por el Evangelio, transmite la verdad sobre la humanidad y en el corazón de esta antropología yace la afirmación fundamental de que el hombre es la imagen misma de Dios, una realidad que trasciende cualquier reduccionismo económico, político, biológico o psicológico.
Con la declaración “Dignitas infinita” (Doctrina de la Fe, 2 de abril de 2024), sobre la dignidad humana, se nos hace un recordatorio de la importancia de mantenernos firmes en nuestros valores fundamentales en medio de un mundo cada vez más complejo y cambiante.
Uno de los aspectos más sobresalientes del documento es su valiente condena de diversas prácticas, como la pobreza, la violencia contra las mujeres, la discriminación racial y otros males impulsados a nivel global, irónicamente, por entidades políticas y éticas que deberían promover el bienestar humano.
La declaración resalta la urgencia de abordar estos problemas desde una perspectiva fundamentada en la justicia y la solidaridad, donde cada persona sea tratada con el respeto y la dignidad que merece.
La visión del ser humano que nos brinda la fe cristiana se enfrenta a desafíos por las visiones ideologizadas del ser humano. Estas visiones, al apartarse de la dignidad como valor primordial, distorsionan nuestra comprensión, reduciendo la dignidad humana a simples construcciones sociales o políticas, pasando por alto su fundamento trascendental y su valor intrínseco. Esta visión reduccionista del hombre puede llevar a una degradación de su dignidad, tratándolo como mero objeto de manipulación o explotación en manos de intereses egoístas o económicos, lo que dolorosamente se está dando hoy.
Ante estas engañosas visiones meramente ideológicas, la declaración “Dignitas Infinita” nos llama a mantenernos firmes en la verdad sobre la dignidad humana, basada en la revelación divina y en la razón. Nos recuerda que cada ser humano es único e irrepetible, creado a imagen y semejanza de Dios, y dotado de una dignidad infinita que debe ser respetada y protegida.
Como pueblo de Dios, tenemos el deber de defender con valentía y claridad la verdad sobre la dignidad humana, trabajando incansablemente por una sociedad que reconozca y valore la dignidad de toda persona, sin importar su origen, situación o creencias.