El 8 de marzo no es una fecha de celebración ligera ni un día cualquiera para regalar flores.
Es un recordatorio de las luchas que han marcado la historia de las mujeres y del largo camino que aún falta por recorrer. Es un día de memoria, de reflexión y de acción.
El origen del Día Internacional de la Mujer se encuentra en las luchas obreras de finales del siglo XIX y principios del XX.
En 1908 un grupo de trabajadoras textiles en Nueva York salió a las calles para exigir mejores condiciones laborales, el derecho al voto y el fin del trabajo infantil.
Poco después, en 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague, la alemana Clara Zetkin propuso que cada 8 de marzo se conmemorara el Día Internacional de la Mujer como una fecha para visibilizar la lucha por la igualdad de derechos.
Un año después, en 1911, más de un millón de féminas en Europa se sumaron a manifestaciones en favor del sufragio femenino y la mejora de las condiciones de trabajo.
Sin embargo, la tragedia no tardó en hacerse presente: el 25 de marzo de 1911, en la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York, 146 mujeres murieron en un incendio, atrapadas por puertas cerradas con llave.
Eran trabajadoras explotadas, sin derechos ni seguridad, y su muerte se convirtió en un símbolo de la injusticia que enfrentaban.
Desde entonces, la historia del 8M ha estado marcada por la resistencia y la exigencia de derechos fundamentales.
Gracias a la lucha de muchas generaciones, hoy las mujeres tienen más oportunidades de acceder a la educación, al empleo digno y a la independencia económica. Más emprenden, crean, lideran y desafían las barreras que el sistema patriarcal les impuso durante siglos.
Los avances son innegables, pero las deudas siguen siendo profundas.
Hoy podemos hablar de más mujeres dueñas de sus propios negocios, de más mujeres en espacios de liderazgo y de la creciente deconstrucción de estereotipos que por años marcaron lo que debía ser una mujer.
Cada día se hace más común ver a mujeres que eligen no ser madres sin ser juzgadas, que deciden ser jefas de hogar sin depender de una pareja, que rompen el molde de la figura sumisa e impuesta. Sin embargo, si bien hemos avanzado, aún hay mucho por hacer.
La desigualdad sigue presente en todos los ámbitos. En el mundo laboral la brecha salarial es una realidad innegable: en muchos sectores ellas siguen ganando menos que los hombres por el mismo trabajo.
En los puestos de toma de decisión las cifras son contundentes: los cargos gerenciales y ejecutivos siguen siendo ocupados mayoritariamente por hombres, y la presencia femenina en la política aún enfrenta múltiples barreras.
Pero lo más grave es la violencia de género, un flagelo que no cede. La inseguridad en las calles, el acoso cotidiano, el temor de muchas mujeres a caminar solas por la noche o a tomar un transporte público son realidades que evidencian que aún no hay igualdad.
Es inaceptable que las mujeres tengan que diseñar estrategias para protegerse, evitar ciertas rutas o modificar su vestimenta por miedo a ser violentadas. La verdadera libertad llegará cuando ninguna tenga que pensar en su seguridad por el simple hecho de ser mujer.
El problema no termina en las calles. En el hogar, en el trabajo, en las relaciones, el machismo sigue cobrándose vidas.
El femicidio no es un fenómeno aislado, es el último eslabón de una cadena de violencia que muchas veces comienza con micromachismos normalizados, con agresiones psicológicas minimizadas o con la indiferencia de una sociedad que aún cuestiona a la víctima más que al agresor.
La erradicación del machismo no llegará solo con leyes ni con políticas públicas. Es un cambio cultural profundo que debe comenzar en la educación. Debemos enseñar a las nuevas generaciones que la igualdad no es una utopía, sino un derecho fundamental. Hay que romper con los patrones que por siglos han perpetuado la violencia y la desigualdad.
Educar para que las niñas crezcan sabiendo que pueden ser lo que quieran, sin limitaciones impuestas por la sociedad.
Educar para que los niños comprendan que el respeto y la equidad son los únicos caminos posibles.
Educar para que los hombres de hoy desaprendan el machismo que heredaron y construyan una nueva forma de relacionarse con las mujeres, basada en el respeto y la horizontalidad.
Cada 8 de marzo es una oportunidad para conmemorar los avances, pero también para recordar que el objetivo final aún está lejos. No basta con discursos ni con reconocimientos simbólicos.
Necesitamos acciones concretas, políticas efectivas y un compromiso real de toda la sociedad para que la igualdad no sea solo un ideal, sino una realidad tangible.
Mientras haya una mujer que deba luchar por sus derechos, que no se sienta segura en su entorno, que tenga que demostrar su valía más que un hombre o que tema por su vida, la lucha seguirá siendo necesaria.
Porque el Día Internacional de la Mujer no es una fecha de celebración, es una fecha de memoria y de compromiso. Hasta que la igualdad no sea total, no debemos bajar la voz.