Después de la farsa electoral, Nicaragua inicia la etapa quizá más difícil de su historia reciente, con una dictadura aferrada al poder por la fuerza, que pretende ignorar a los millones de nicaragüenses que demostraron su rechazo al régimen al vaciar las calles el 7 de noviembre recién pasado.
Las cifras oficiales le otorgan el 75% al FSLN, y posiblemente es cierto, pero es el 75% de apenas un 15% de la población votante. El apoyo masivo que un 19 de julio de 1979 le diera el pueblo al FSLN, antes que se convirtiera en una dictadura muy parecida a la que ayudó a derrocar, hoy se ve reducido a un 11%, de los cuales muchos fueron votantes obligados que anularon su voto. Pero en ese porcentaje mínimo están las fuerzas armadas, ejército y policía, que le permiten a Ortega un férreo control sobre la población, impidiendo cualquier expresión de protesta y persiguiendo a todos aquellos que se oponen, aunque en silencio, a su dictadura.
Hoy existe en Nicaragua un régimen que, además de encarcelar inocentes, “quita y pone” ciudadanías y, sin importarle la Constitución, decide convertir en apátridas a personas cuyo único delito es ser opositor y reconoce como nicaragüenses a personajes que no lo merecen.
La asfixia política y el acelerado deterioro económico y social, provocan una vez más la migración masiva de nicaragüenses, unos exiliados por temor a la represión, otros en la búsqueda de una vida mejor. Costa Rica y Estados Unidos son sus principales destinos, y este nuevo flujo migratorio se suma al ya existente problema regional, en el que ciudadanos de varios países latinoamericanos que viven sin oportunidades o bajo la opresión de dictaduras, deben iniciar su largo y riesgoso recorrido hacia tierras prometidas. América Latina se encuentra convulsionada, con regímenes autoritarios tratando de perpetuarse y proyectos populistas que avanzan y amenazan la democracia en toda la región, aprovechándose de la pobreza en lugar de combatirla.
Dios quiera que Costa Rica se mantenga siendo como hasta ahora, una tierra libre y hospitalaria, donde el derecho de elegir se da por sentado y los nicaragüenses encontramos refugio temporal en momentos duros como este, sin renunciar a nuestros ideales democráticos y sin perder la esperanza de poder regresar un día a una Nicaragua libre.