La juventud no es algo que se deba analizar en abstracto. En realidad, “la juventud” no existe, existen los jóvenes con sus vidas concretas. En el mundo actual, lleno de progresos y oportunidades para unos pocos y excluyentes para otros, existen muchas vidas expuestas al sufrimiento y a la manipulación. Nuestros jóvenes hoy son ideologizados con respecto a la sexualidad, al matrimonio, a la vida o a la justicia social, mientras otros, bajo criterios consumistas, son convertidos en seres individualistas proyectados por completo a su interés personal.
Con la pandemia se ha profundizado una dependencia ordinaria y continua de las nuevas tecnologías, a la vez que la vivencia de una cultura ampliamente digitalizada, que afecta la noción de tiempo y de espacio, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás.
De frente a este panorama un tanto sombrío, como Iglesia hacemos nuestro el clamor del Papa Francisco a cada joven: “No dejes que te roben la esperanza y la alegría, que te narcoticen para utilizarte como esclavo de sus intereses… Atrévete a ser más, porque tu ser importa más que cualquier cosa. No te sirve tener o aparecer. Puedes llegar a ser lo que Dios, tu Creador, sabe que eres, si reconoces que estás llamado a mucho.” (Ídem, n.107).
Si bien es cierto, los jóvenes cuentan con las fuerzas y el entusiasmo para forjar su futuro, existen obstáculos que motivan la desesperanza tales como la pobreza, el desempleo, la falta de oportunidades y hasta la migración para poder realizar enteramente su proyecto de vida. Muchos de estos impedimentos seguirán pesando en tanto los grupos políticos o los poderes económicos no apuesten a un carácter innovador e incluyente para las nuevas generaciones. Y se trata de un asunto fundamental de la sociedad porque el trabajo para un joven no es sencillamente una tarea orientada a conseguir ingresos económicos. Es expresión de la dignidad humana, es camino de maduración y de inserción social, es un estímulo constante para crecer en responsabilidad.
La insuficiencia de políticas públicas y la patente ausencia de voluntad de responder a los retos de los jóvenes debe acabar. No sean blanco fácil de las ideologías. Tomen nota de aquellas oportunidades educativas y laborales que se ofrecen. Su proyecto de vida depende, en gran medida, de esas oportunidades formativas, laborales y sociales posibles.
Asimismo, invito a todos los sectores sociales, religiosos, políticos y económicos a considerar nuestra responsabilidad hacia las nuevas generaciones para que nuestras decisiones y acciones no contribuyan a configurar un panorama aún más desalentador para los jóvenes. Ellos merecen oportunidades para la construcción de una vida digna.
Como sociedad luchemos por los derechos y oportunidades de las personas jóvenes y animemos sus esperanzas e ilusiones para que, con esfuerzo y determinación, susciten sus propios proyectos de vida.
*Arzobispo Metropolitano