Arranco este escrito con el que concluí el anterior citando al Padre Larrañaga: “Desasirse es, pues, una de las grandes claves de liberación, desasirse efectivamente, soltar aquellos brazos opresores que eran los deseos mediante los cuales la persona amarra a las cosas, acontecimientos, individuos; el desasido, en cierto modo, se retira, corta aquel lazo con que vincula su pensamiento y afecto a los objetos, hechos o personas percibidos por los sentidos. Por este camino adquiere la libertad frente al mundo exterior”.
Y el ser humano, así desasido, no se siente ya turbado por la percepción de las cosas que están sucediendo, han sucedido o pueden suceder, y así poco a poco se instala en la región de la libertad y la serenidad.
Para ello hay que luchar ciertamente, y con pasión, pero al mismo tiempo con paz, sin permitir que nada nos domine ni esclavice, lo que se consigue cuando el ser humano suelta las amarras apropiadoras y se desprende afectiva y efectivamente de lo que le sucede, y esto apaciblemente, sin inquietud. Y al proceder así, la actividad exterior no se altera, lo que cambia es el tono interior. Y, en consecuencia, el desasido actúa con mayor acierto en sus negocios al ver todo con objetividad, lucha en la vida con tanta entrega como antes, pero sin quemar energías inútilmente y sin turbarse, y sin que nada ni nadie lo asuste ni domine. El ser humano, ahora, es un señor, dueño de sí y de cuanto le rodea. Nuestro autor añade: “Desasirse equivale, por tanto, a tratarse a sí mismo y al mundo con una actitud apreciativa y reverente.
No malgastes energías, avanza hacia la seguridad interior y a la ausencia del temor, camina sin cesar desde la servidumbre hacia la libertad. Y libertad significa dar curso libre a todos los impulsos creadores y benévolos que yacen en el fondo del hombre”.
Llegados aquí, en el libro de “El arte de ser feliz” incluye el apartado de “Todo está bien” y se exalta declarando que “el hombre desasido comienza a vivir.
Vivir que es sumergirse en la gran corriente de la vida, participar, de alguna manera, del curso del mundo, mirar todo con veneración, tratar con ternura a todas las creaturas, sentir gratitud y reverencia por todo lo que existe”.
Añade: “Y, entonces, cuando el corazón del hombre se haya desprendido de sus cadenas apropiadoras y haya renunciado a la codicia del poseer, en fin, se haya purificado de todo lo que envenena las fuentes de la alegría, entonces habremos retornado a la primera aurora en la que todo era bueno”.
Y concluye y nosotros con él: “Vivir es respetar las leyes del mundo, no irritarse contra ellas, entrar en su curso con gozo y ternura, dejar que las cosas sean lo que son, dejarlas pasar a tu lado sin torcer su rumbo. He aquí el secreto de la paz”.
Seguimos otro día, Dios mediante.