Hace 58 años, un emblemático hombre pronunció palabras de nunca olvidar que cambiaron el curso de la historia y le dieron un giro a la humanidad.
En medio del racismo extremo, de una lucha infundada por el color de piel, Martin Luther King dio un célebre discurso frente al Monumento Abraham Lincoln en Washington DC, Estados Unidos, durante la histórica manifestación de más de 200 mil personas en pro de los derechos civiles de los afroamericanos en esa nación.
“I have a dream”, traducido al español, “Tengo un sueño”, movió las fibras más sensibles de la sociedad en el año 1963, se encarnó en la lucha contra la segregación en esa nación del norte y cinco años después, esa esperanza de una patria libre y respetuosa acabó en muerte.
El pastor estadounidense, quien mereció el premio Nobel la Paz en 1964, además de oponerse activamente a la Guerra de Vietnam y la pobreza, terminó siendo asesinado sin piedad de un balazo en la garganta cuando estaba apostado en el balcón de un motel en Memphis, Tennessee, mientras participaba de una protesta de recolectores de basura. Un hombre blanco fue el cruel perpetrador.
Tras la muerte del joven evangelizador, con apenas 39 años, los médicos hallaron que su corazón había sufrido de un estrés severo tras 13 años de trabajo intenso por los derechos humanos no solo de su pueblo, sino del mundo entero.
Hoy, cinco décadas más tarde, si bien las luchas racistas terminaron en la mayor parte del mundo, la violencia más que nunca permea las sociedades y cobra víctimas inocentes.
Los conflictos religiosos y políticos no tienen tregua y en nombre de la espiritualidad miles acaban muertos, desplazados y refugiados. La huida se convierte en la única forma de sobrevivir, obligándoseles a renunciar a lo más autóctono, a lo profundo de las entrañas. La falta de paz y la sed de solidaridad los estrangula.
La violencia de género también sigue desatando batallas cruentas y despiadadas.
Aquellas escenas de enfrentamientos callejeros, de debate público y polémica entre blancos y negros parecían haber quedado en el pasado, pero hace tan solo unos meses en Estados Unidos se vivieron momentos de idéntica tensión tras los ataques y el crimen a un ciudadano afrodescendiente. Las protestas en el mundo entero no cesan y tampoco las agresiones de fuerzas policiales contra estos ciudadanos.
Y ante todo esto, el poder político continúa manejando a su antojo las diferencias para llevar al extremo y poner a prueba al despiadado ser humano.
Nada justifica la violencia y así lo dijo el pastor Luther King Jr., quien a capa y espada defendió a los desposeídos, aunque esto implicara ser detenido en numerosas ocasiones y golpeado cruelmente por la policía de su Estado.
La brutalidad no opacó el sentimiento de libertad, no lapidó el orgullo de verse con la piel oscura y menos emancipó la verdadera lucha por la igualdad.
Cómo hacen falta hoy, en el siglo XXI, hombres como Martin Luther King, el cual, sin mediar violencia, logró reformas legales, pero ante todo sociales no solo en su país, sino en todo el orbe.
Con el amor y la solidaridad les dio una lección al abuso y a la discriminación. Con palabras elocuentes y firmes, conquistó el estandarte de la libertad.
A nuestro pesar, hoy más que nunca las diferencias se ganan en medio de balas, ataques y masacres.
Las protestas de paz acaban siendo para muchos una forma de vida inaceptable, impensable; el diálogo es un asunto de otros tiempos, el amor algo banal y la solidaridad desconocida.
El mundo no quiere ceder ante el maltrato y la indiferencia. Se necesita de alguien que tenga un sueño y en medio de tanta indiferencia pueda dirigir las masas y reclamar la justicia.