La reactivación del programa DARE (Educación para la Resistencia al Alcohol y las Drogas) representa mucho más que una simple estrategia educativa. Es un grito de alerta y un compromiso con la prevención que nuestros niños y jóvenes necesitan desesperadamente en estos momentos críticos para la sociedad costarricense.
Cuando en 2019 se canceló este programa argumentando “pocos resultados”, nadie imaginó cuánto se perdería. Hoy, vemos niños que comienzan a delinquir a los 9 años y se involucran en actividades delictivas a los 14, por lo que resulta más que evidente la necesidad de herramientas como esta.
El Ministerio de Seguridad Pública ha dado un paso fundamental al relanzar dicho programa, no como una simple repetición de lo que fue, sino como una versión actualizada y robustecida. Mario Zamora, ministro de la cartera, ha sido claro: la iniciativa se ha adaptándolo al complejo mundo de las drogas contemporáneas.
La colaboración de la Embajada de Estados Unidos ha sido crucial en este proceso. Su asesoría técnica no solo ha permitido revitalizar la propuesta, sino también dotarlo de herramientas pedagógicas más acordes con la realidad adolescente actual. Ya no se trata solo de hablar de marihuana y crack, como en sus orígenes, sino de abordar un espectro mucho más amplio de sustancias y riesgos.
Lo más valioso de DARE es su enfoque preventivo. No se limita a señalar los peligros, sino que busca desarrollar habilidades para la toma de decisiones. Su objetivo primordial consiste en empoderar a niños y adolescentes para que sean capaces de resistir la presión de las drogas y las pandillas.
Los números se tornan esperanzadores. Solo en el año anterior, se logró impactar a 14.200 estudiantes. La meta es clara: reducir los “mercados de consumo” que actualmente disputan las bandas locales y alejar a los jóvenes de trayectorias que generalmente conducen a consecuencias trágicas.
Sin embargo, DARE no puede ser la única solución. Los expertos consultados son enfáticos: se requiere un acompañamiento integral que involucre no solo a los estudiantes, sino también a docentes y familias. No basta con charlas en las escuelas; es fundamental crear una red de contención y apoyo. La actualización del programa contempla precisamente eso. Ya no es un modelo autoritario, sino una estrategia educativa que reconoce la complejidad de los desafíos actuales. Se han modernizado los contenidos, adaptándolos a las nuevas realidades de consumo, incluyendo fenómenos como los vapeadores que antes no existían.
Es significativo que instituciones como el Instituto Costarricense sobre Drogas (ICD) y el Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA) hayan participado en su revisión. Esto garantiza una aproximación multidisciplinaria y científicamente fundamentada.
Los testimonios de quienes fueron parte del programa en sus inicios son reveladores. Muchos recuerdan cómo DARE les enseñó a tomar decisiones informadas, a comprender los riesgos reales del consumo de sustancias. No se trata de adoctrinamiento, sino de educación responsable.
Costa Rica tiene una oportunidad única. Reactualizar DARE no es una mirada al pasado, sino construir un futuro más seguro. Es reconocer que la prevención constituye la mejor herramienta contra la delincuencia y el consumo de drogas.
El compromiso debe ser integral. No podemos conformarnos con un programa aislado, sino convertirlo en parte de una estrategia nacional de protección a nuestra juventud. La embajada estadounidense ha tendido un puente valioso, pero el camino lo debe recorrer nuestra sociedad.