El inicio de un nuevo año debería ser motivo de esperanza, pero las cifras que dejó 2024 son un duro recordatorio de una cruda realidad: nuestras carreteras continúan siendo escenario de tragedias evitables.
El periodo anterior se convirtió en el segundo con peor registro de fallecimientos viales en la historia del país, con 505 víctimas mortales, apenas por debajo del fatídico 2023, cuando 517 vidas se apagaron de manera abrupta. Este es un llamado urgente a la reflexión y a la acción: no podemos seguir normalizando estas pérdidas.
La mayoría de los accidentes son producto de errores humanos, no de la fatalidad. La velocidad excesiva, la omisión del uso del cinturón de seguridad y la negligencia al no utilizar sillas de retención infantil son prácticas que siguen generando decesos.
En muchas ocasiones, quienes mueren son jóvenes. Casi la mitad de las víctimas en 2024 tenían 30 años o menos. Cada nombre en esa estadística representa un futuro truncado y una familia destrozada por el dolor.
El incidente en Circunvalación que ocurrió el viernes por la noche es solo una muestra más de lo que sucede día tras día.
Las imágenes de los destrozos y las historias de quienes no regresaron a casa deberían hacernos reflexionar profundamente. Más allá de los hechos puntuales, el llamado es para cada uno de los conductores: piensen en sus familias, en el amor propio y en el respeto a la vida del prójimo.x
En nuestras calles vemos con frecuencia comportamientos irresponsables que contribuyen a esta crisis: motociclistas sin casco, personas que manejan bajo los efectos del alcohol o drogas, maniobras temerarias y un ambiente de violencia en el que prevalece la intolerancia.
Nos hemos acostumbrado a un escenario donde se pita con ira por cualquier error, donde los insultos y las agresiones reemplazan la paciencia y la empatía. Los caminos han dejado de ser espacios de tránsito seguro para convertirse, en muchas ocasiones, en campos de batalla.
No podemos permitir que este panorama siga.
La solución no radica únicamente en las autoridades, sino también en la responsabilidad individual. Como sociedad hay que ser más consciente y asumir un compromiso firme con la seguridad vial. Usar el cinturón y las sillas de protección infantil no es opcional, es un acto básico de amor y responsabilidad. Respetar los límites de velocidad y no manejar en estado de ebriedad es, más que una obligación legal, un deber moral.
Las campañas de concienciación y los esfuerzos de las autoridades tienen que fortalecerse, pero ninguna medida será efectiva si seguimos justificando las imprudencias y alimentando una cultura de impunidad. La educación vial debe comenzar desde el hogar y reforzarse en los centros educativos, con programas que formen ciudadanos responsables y conscientes del peligro que implica conducir sin precaución.
Asimismo, se requiere un enfoque más contundente en la fiscalización. Las sanciones para quienes infringen las leyes de tránsito deben aplicarse con rigor. No basta con tener regulaciones si estas no se hacen cumplir.
La Policía de Tránsito necesita contar con los recursos suficientes para operar de manera efectiva, incluyendo equipos de detección de consumo de sustancias y la infraestructura adecuada para realizar operativos preventivos y de control.
Es fundamental fomentar espacios de diálogo y educación comunitaria para cambiar el paradigma de violencia en las carreteras.
Iniciativas como charlas en las localidades y empresas sobre la importancia de la prevención y el respeto a las normas de tránsito pueden ser herramientas valiosas.
No se trata solo de imponer castigos, hay que construir una cultura de consideración y prudencia.
La seguridad vial es un asunto de corresponsabilidad. Pongamos todos nuestro granito de arena. Antes de acelerar en una curva, ignorar un semáforo o adelantar de manera imprudente, recordemos que nuestras decisiones pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Nuestras calles no deben ser rutas de tragedia, sino caminos de encuentro y esperanza.
Que este año sea diferente. No esperemos que otra familia pierda a un ser querido para cambiar nuestros hábitos. Salvemos vidas siendo más prudentes, más empáticos y responsables. Únicamente así lograremos transformar las vías de Costa Rica en un lugar seguro para todos.