El slogan – mirando al tumultuoso Medio Oriente- que “la paz es lo más seguro” no suena muy convincente para la mayoría de los israelíes. El presidente Obama llegó y se fue. En muchos aspectos fue una visita buena e importante, el “reinicio” en la relación para uno, Turquía y, tal vez, Irán, para otro.
Obama dio dos discursos sobre la paz palestino-israelí, uno ante una cuidadosa y seleccionada audiencia de estudiantes, en su mayoría jerosolemitanos de izquierda y, otro, a un público palestino de los alrededores, más restringidos, de Ramallah, haciendo un vehemente llamado a un fin al “conflicto de 65 años” (realmente es más antiguo). Pero, mientras el debate político en Israel, y hasta un menor alcance en el exterior, siempre se focaliza en si Israel tiene un genuino socio para la paz, la –tal vez- más fundamental razón para la falta de progreso sobre el frente de paz es que, al menos al presente, no hay una solución viable al problema.
No es que durante los años hubo falta de iniciativas, fórmulas y planes. La mayoría fue una elección entre lo imposible y lo indeseable, desde el Plan de Partición original de Naciones Unidas para “dos estados para dos pueblos” pero, además, “un estado para ambos pueblos” de la extrema izquierda y el “Gran Israel” de la derecha ideológica, ninguno de los cuales puede, de manera severa, subvertir los ideales del sionismo y la democracia. Luego estuvo la “autonomía de los habitantes” de Menajem Begin, “Oslo”, “la desconexión de Ariel Sharon”, etc.
La sabiduría convencional – en la mayor parte de la comunidad internacional- considera el “retorno” de Israel a las líneas de armisticio previas a 1967, la Línea Verde, con o sin menores rectificaciones, como la clave a una solución al problema, sin tomar en consideración, entre otras cosas, esos “pequeños” temas como los derechos históricos, morales y legales del pueblo judío en las zonas a las que se les pide renunciar a Israel pero, tal vez más con el punto de vista de las realidades de Medio Oriente, se ignora la peligrosa situación de seguridad de Israel. La última realidad fue expresamente reconocida por la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en su referencia a fronteras seguras, así como por una mayoría de presidentes americanos desde 1967; Ronald Reagan declaró que “A Israel nunca debería pedírsele retornar a donde estuvo a ocho millas a la redonda”, Jimmy Carter aceptó en los acuerdos de Camp David de 1978 y la continuada presencia de Israel en “localidades específicas de seguridad” en la futura autonomía palestina y George W. Bush acordó con Ariel Sharon sobre los “bloques de asentamientos” basados en seguridad, sin olvidar que fue solo por errores de cálculo de los árabes que, en 1967, la angosta circunferencia de Israel no fue herida en dos y que los lazos entre su capital (Jerusalén) y el resto del país no fueron cortados.
Sin embargo, como siempre se dice, todos los problemas pertenecientes a “la solución de dos estados” ya fueron tratados en el así llamado Clinton Parameters de 2000 ( que Yasser Arafat se aseguró de exterminar, desde el comienzo, al desatar la segunda intifada), ambas partes no llegaron a un acuerdo. No hay una fórmula aceptable sobre los refugiados, no hay nada que se parezca a un común denominador sobre Jerusalén y el Monte del Templo; el concepto de tomar la Línea Verde como la base para la futura frontera, predicada sobre intercambio de tierras (sin especificar qué tierra y dónde), y si hay supuestamente consenso sobre los bloques de asentamientos, ¿por qué los palestinos, EEUU y los europeos objetan cada vez que, los judíos, construyen otra casa dentro de sus perímetros? Más aun, es una ilusión suponer que, cada gobierno israelí (derecha, centro o izquierda), puede persuadir o forzar a 100.000 israelíes que viven en la Margen Occidental, fuera de los bloques de asentamientos, a evacuar sus hogares (incluso sacar de su lugar a solo 8500 colonos de Gaza dejó una herida abierta).
Ni tampoco el problema de la “sociedad” fue resuelto. Mahmoud Abbas (Abu Mazen) puede ser más moderado (no demasiado) que su terrorista predecesor, Arafat, pero tal como el anterior, adoptó una estrategia de evitar, a todo costo, conversaciones significativas con Israel, en las que, tal como advierte, ambas partes tendrían que hacer dolorosos compromisos, una eventualidad que – el liderazgo palestino- evitó por todos los medios, e intenta continuar haciéndolo, en el futuro. En el pasado lo lograron por medio de la violencia y el terrorismo; en el presente, estableciendo precondiciones para retornar a la mesa de negociaciones (el Presidente Obama se refirió a eso en su discurso en Ramallah), o yendo a Naciones Unidas y a otros organismos internacionales para obtener reconocimiento internacional, sin negociaciones. Cuando los observadores, más o menos bien intencionados, preguntan por qué no someter a Abbas a una prueba (congelando temporariamente la actividad de asentamientos, por ejemplo), olvidan que ya reprobó ese examen, cuando rechazó renovar las negociaciones a pesar del congelamiento de asentamientos de 10 meses, de Binyamin Netanyahu, y cuando falló en responder a la desconexión de Sharon de Gaza, o al discurso de Netanyahu en Bar Ilan que suscribía la fórmula de dos estados. Abbas dejó las propuestas ultra generosas de Ehud Olmert colgando en el aire. En declaraciones Abu Mazen dejó en claro que también se opuso a una declaración formal de “fin del conflicto” y que bajo ninguna circunstancia acordaría reconocer a Israel como el Estado del pueblo judío. La mayoría de los palestinos, en verdad la mayoría árabes, son renuentes ideológica e intelectualmente a aceptar la existencia de Israel, esperando que un día desaparezca de la faz de la tierra, tal como otros “conquistadores” lo hicieron. Como muestra una reciente encuesta de opinión pública de Tzemach, la mayoría de los israelíes no cree que los palestinos estén interesados en la paz real, aun si Israel abandonase sus reclamos sobre Jerusalén y las fronteras.
Moshe Dayan, quien se opuso tanto a la soberanía palestina como al anexo israelí de Judea y Samaria, tuvo mucho contacto con líderes palestinos y formadores de opinión. Llegó a la conclusión que no había modo que israelíes y palestinos pudieran alcanzar un acuerdo final de paz, formal, apoyado por una mayoría de personas de ambas partes. La vida de los israelíes sería un anatema para la mayoría de los palestinos, y viceversa. Por tanto, creyó que el mejor, tal vez el único, camino para progresar podría ser por medio de medidas, incluyendo unilaterales y prácticas en cuanto a los acuerdos, con el objetivo de entregar a los palestinos autoridad casi ilimitada para gobernar sus vidas, pero manteniendo las cuestiones de seguridad en manos de Israel, y dejando la cuestión de la soberanía en suspenso. Mucho de lo que Dayan pensó, hace 35 años, se mantiene siendo verdad en la actualidad. Tales propuestas o similares dan vuelta en las mesas de reflexión y los sectores políticos no pueden “resolver” el problema palestino-israelí, pero al menos reducirán algunas de sus dimensiones y aliviaran su potenciales y peligrosos efectos secundarios.
Puede haber otros modos, tal vez con mayor conocimiento de desarrollo desde la Conferencia de Camp David de 1978. Esos pueden incluir acuerdos (parciales o interinos) o, incluso, medidas unilaterales. El Primer Ministro Binyamin Netanyahu declaró, más de una vez, que no quiere gobernar a otro pueblo, agregando que todo acuerdo tomaría en consideración los intereses de seguridad de Israel.
El slogan que “la paz es lo más seguro” no suena muy convincente para la mayoría de los israelíes, mirando alrededor del tumultuoso Medio Oriente.
*Exembajador de Israel en EEUU.
Fuente: The Jerusalem Post