El reciente cierre del Aeropuerto Internacional Daniel Oduber en Liberia, Guanacaste, no es simplemente una noticia más sobre infraestructura fallida. Es un síntoma preocupante de cómo la improvisación y la falta de planificación pueden poner en riesgo uno de los pilares fundamentales de nuestra economía: el turismo.
Los números hablan por sí solos. El aeropuerto de Guanacaste cerró 2023 con cifras récord de 1,6 millones de pasajeros, consolidándose como una puerta de entrada crucial para el turismo nacional.
Solo el Área de Conservación Guanacaste reportó más de 138.000 visitantes en sus parques nacionales durante ese año. Estas cifras no son casualidad, son el resultado de años de esfuerzo por posicionar a Costa Rica como un destino turístico de primer nivel.
Sin embargo, la reciente crisis en la terminal aérea amenaza con socavar estos logros. El cierre temporal afectó a más de 1.400 pasajeros en un solo día y las proyecciones para los próximos días son aún más alarmantes: más de 11.900 viajeros y 104 vuelos se verán impactados por los cierres programados. Estas no solo son estadísticas, son personas que han elegido nuestro país como destino y cuya experiencia negativa puede tener repercusiones duraderas en nuestra reputación internacional. La situación es crítica, considerando que nos encontramos en el inicio de la temporada alta. Este periodo representa una ventana de oportunidad crucial para la economía nacional, especialmente para las comunidades de Guanacaste que dependen directamente del turismo.
Las explicaciones oficiales sobre condiciones climáticas inusuales y necesidades de mantenimiento son comprensibles, pero no justifican la falta de previsión y comunicación.
Tal como señaló acertadamente la Cámara Nacional de Turismo, el desorden operativo y la ausencia de un plan de contingencia claro son inaceptables para un país que se precia de ser un destino turístico de clase mundial.
El impacto económico va más allá de los números inmediatos. Las aerolíneas enfrentan costos operativos adicionales por traslados y cancelaciones, los hoteles pierden reservaciones y los operadores turísticos ven sus planes alterados. Pero el daño más significativo podría ser a largo plazo: la pérdida de confianza en Costa Rica como destino confiable.Las autoridades comprendan que la infraestructura turística no es un aspecto que pueda manejarse con improvisación. Necesitamos un plan de mantenimiento preventivo robusto, protocolos de comunicación efectivos y, sobre todo, un compromiso real con la excelencia en la gestión de nuestros activos turísticos.
El turismo no es solo una industria más; es un motor de desarrollo que genera empleos, impulsa el comercio local y contribuye significativamente al PIB nacional. Cada turista que enfrenta inconvenientes por fallos en nuestra infraestructura representa no solo una pérdida inmediata, sino un riesgo para futuros visitantes que podrían optar por otros destinos.
Las autoridades deben actuar con urgencia para resolver la crisis actual, pero más importante aún, deben implementar medidas que prevengan situaciones similares en el futuro.