Aunque hay apoyo de las universidades a la gestión de la ministra de Educación Pública Anna Katharina Müller, muchos se preguntan dónde está la ruta que anunciarían desde hace varios meses.
Hasta ahora se han visto objetivos generales que no tienen metas concretas con plazo de cumplimiento, pero no podemos negar que la intención es buena.
Venimos arrastrando falencias desde hace muchos años y no podemos culpar a esta Administración de los resultados académicos que venimos viendo.
Es probable que dentro de unos cuatro años podremos darnos cuenta si en efecto el plan que el Ministerio hoy nos propone tendrá el efecto que todos deseamos, aunque las señales deberían irse dando en cada curso lectivo.
Encontramos niños que hoy aprenden a leer y a escribir más tardíamente y desde ahí podemos concluir que esto no es una buena señal.
Podemos hablar de una pobreza en el nivel de aprendizaje y estamos obligados como sociedad a valorar las causas de lo que hoy acontece.
Resulta lamentable que el 62% de los profesores detecte que sus estudiantes no son capaces de reconocer temas centrales de un texto, menos de leer en forma fluida. Por eso no es de extrañar que luego salgan jóvenes graduados de la universidad con dificultad para pensar por sí mismos. No estamos creando profesionales con la capacidad para la toma de decisiones, sino que únicamente actúan según las órdenes que reciben.
Y es que el modelo de enseñanza en la mayoría de los colegios públicos no estimula la creatividad ni la innovación, lo que sí se ve en los centros científicos e institutos técnicos.
Sería realmente de aplaudir que pudiéramos tener este tipo de formación en la mayoría de centros educativos y que a la vez salgan con componente bilingüe, pero estamos conscientes de que esto es solo una utopía.
Todo lo anterior se ve reflejado en cada medición de las pruebas PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE), donde en lugar de mejorar vamos cayendo peldaños. Si hoy no tenemos un sentido de autocrítica, para mañana será tarde.