Nunca he vivido una crisis similar a la del Covid-19. Los controles policiales, las restricciones horarias, los comercios cerrados y las muertes de miles de seres humanos son el tema de cada día. Incluso resulta extraño consultar por internet el número de víctimas fatales y contagiadas a escala mundial, como si habláramos en serio de simples números; una suerte de cosificación capaz de volvernos indiferentes y no más conscientes.
Los ánimos están inquietos, mientras los medios de comunicación explican a grandes rasgos el dilema en que nos encontramos, cuando nos relatan del personal médico u hospitalario arriesgando su salud e integridad o de las medidas adoptadas por los ministros de Seguridad y de Salud.
Sin embargo, siendo un problema multifactorial, este debe ser analizado desde diferentes ángulos, así que mi opinión no va tratar los mismos puntos, no por insensibilidad ni desinterés, más para centrarme en aspectos que no pueden olvidarse ante tiempos convulsos.
Con todo lo que está sucediendo toma fuerza el refrán “en río revuelto, ganancia de pescadores”. Los intereses de determinados grupos empresariales, políticos o sindicales, por mencionar algunos, buscan la forma de ser escuchados y definir o condicionar la hoja de ruta de los gobernantes.
Frente a este escenario, complicado por esencia, la sociedad debe ser cauta y los grupos con poder también. Sacar ventaja en esta coyuntura puede ser igual a procurarse un daño, pues no cualquier política estatal aplicada en el actual contexto es traducible en beneficio o ganancia, mucho menos si se trata de convertirlas en acciones permanentes bajo el pretexto de paliar los efectos de una problemática sobre la cual recae una inseguridad mundial.
Cuando la crisis se inició observé que la prensa nacional e internacional dedicó muchos titulares al impacto del virus en la economía, luego fue enfocándose progresivamente en el ser humano. Hoy ambos temas son tratados de manera simultánea, evidenciándose a mi criterio, una idea medular: intereses compartidos y ligados entre sí; la globalización nos ha conducido a este punto.
Desde algunas corrientes de pensamiento no puede separarse al ser humano del capital y viceversa. No es la ideología perfecta, ni la única, pero al menos sí la más realista, como ha quedado en evidencia. Esa disociación solo sería posible, si es que cabe el planteamiento, cuando hablemos de un ser humano estacionado en un monasterio, o viviendo con algún grupo indígena en la selva amazónica, pero claro, como una decisión o elección existencial.
Ninguna de esas es mi situación, por ello sostengo la idea o expectativa que delinea cuál es el mejor camino por tomar en adelante. Es indudable la protección que el Estado debe dar a todo ser humano, nunca aceptaría lo contrario, pero paralelamente deben prepararse iniciativas económicas inteligentes y reposadas, capaces de mantener unido y sano nuestro tejido social en el futuro.
No estoy hablando aquí de ayudas sociales como Proteger, ni de las bondadosas prórrogas en préstamos bancarios. Esto no debería considerarse una ayuda del Estado, para mí está muy claro que era su obligación y hacer lo contrario sería poco ético.
Nuestros dirigentes deben escoger de forma sabia con apoyo en los datos los proyectos con impacto económico para el corto y mediano plazos. Este ejercicio racional debe ser elaborado a partir de los insumos brindados por todos los sectores y actores sociales y no deben implementarse sin observar con detenimiento el ajedrez mundial (medidas adoptadas por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional e incluso por el Banco de Desarrollo de China).
Aquí es importante estar al tanto de los juegos de poder entre potencias, así como los cambios que implementarán en los espacios laboral, comercial y tecnológico. Aunque estas discusiones, dadas las circunstancias, tienen menos visibilidad, los proyectos de ley que regulen temáticas económicas merecen una atención minuciosa.
Para ello es importante que los medios de comunicación masiva ofrezcan un panorama equilibrado de las ideas u opiniones de los “expertos” en materia económica, como entender que no nos interesa solamente la rueda de prensa del ministro de Salud (no digo que no es importante).
En este entendido no sería sano impulsar leyes o actos administrativos a la fuerza, puede ser peligroso y costoso, podrían potenciarse aún más las brechas de desigualdad social. Tampoco sabemos, como advirtió el filósofo Zygmund Bauman, si malas decisiones, más los cambios por llegar, puedan provocar una exclusión irrevocable de muchos sectores sociales, sea debido a la destrucción de empleos y al estancamiento económico mundial.
Ahora bien, para que no exista ningún malentendido, aunque acepto que en este momento no puede separarse al individuo del capital, no debe observarse solo este último para adoptar decisiones de profundo impacto humano. Es difícil no hablar de economía, de crecimiento o de déficit, pero resulta inmoral no hablar del desempleo, la pobreza y el hambre.
Los economistas deben aceptar que un Estado “rico” o con equilibrio financiero no podrá garantizar la paz social o la igualdad, esto ya lo hemos visto en otras latitudes y escenarios, donde el clamor de las masas ha pesado más que cualquier modelo de poder o gobernanza (caso de las protestas en Chile, que goza de salud económica).
Para evitar caos sociales deben tomarse estas circunstancias como una oportunidad para reformular las preexistentes, motivando así un nuevo contrato social basado en una economía sin tantas o con menos desigualdades. Todo esto dependerá de quienes tengan el poder de tomar las decisiones inmediatas.