¿Qué decir de quienes no viven la confianza en Dios y, por el contrario, tienden a buscar ayuda y consuelo en los demás, cuando se sienten amenazados? La experiencia enseña que muchos de ellos no encuentran lo que buscan y acaban decepcionados.
Habrá que tenerlo en cuenta, sin que ello signifique que hemos de prescindir absolutamente de los demás. Solo no crearnos falsas expectativas y no esperar de ellos más de lo que nos pueden dar, como humanos que son, igual que nosotros. Lo real es esto: que habrá personas que nos acompañen por un tiempo y que alivien nuestra angustia, pero que no serán capaces de liberarnos de ella. En todo caso, confiar en Dios y al mismo tiempo acudir a seres humanos no es algo contradictorio.
Como lo advierte Anselm Grün, “si confío en el hecho de que Dios cuida de mí, de que no me deja solo, entonces puedo también dirigirme con mayor confianza a otras personas y pedirles ayuda. Al confiar en Dios, tengo la experiencia de que no soy abandonado, sino cuidado y amado por él. Esta confianza originaria me capacita también para una confianza mayor en los demás”.
No obstante, añade que “la verdadera liberación de la angustia es un proceso interior que yo mismo he de realizar con la ayuda de Dios. Al fin y al cabo, es él quien me puede liberar de la angustia en lo profundo de mi corazón”.
Lo primero, pues, es considerarnos, en cuanto creaturas e hijos de Dios, valiosos a pesar de todas nuestras deficiencias humanas, acompañados, protegidos y amados. Es cuestión de fe, claro. Y ya se sabe que en la fe hay oscuridad y contradicción pues, en caso contrario, no sería fe. Dios, nuestro Creador y Padre, nos ama porque sí, porque su esencia misma es ser Amor (primera Juan, 4,8), y lo propio y exclusivo es amar. Y amar, como yo explico, a los que más necesitan ese amor, los pequeños, los pobres y los pecadores, las “tres pes”. De ahí la importancia de la oración, ese trato de amistad con Aquel que sabemos nos ama y nos da apoyo y fuerza para vivir con plenitud la existencia.