Jesús, en cumplimiento de la misión que el Padre le había encomendado, llamó a hombres y mujeres para que fueran sus discípulos.
También, eligió a doce apóstoles (Mc. 3, 14). A esos cercanos colaboradores, el Señor encomienda su rebaño, para que lo conduzca hacia los mejores pastos y lo defienda de todo peligro en el transcurrir del tiempo.
Así, “la misión confiada por Jesús a los Apóstoles debe durar hasta el final del mundo (cfr. Mt. 28,20), ya que el Evangelio que se le encargó de transmitir es la vida para la Iglesia de todos los tiempos. Precisamente por esto los Apóstoles se preocuparon de instituir sus sucesores, de modo que, como dice San Ireneo, se manifestara y conservara la tradición apostólica a través de los siglos” (Juan Pablo II, Pastores gregis, 6).
En fidelidad con esa misión pastoral confiada por el Señor, los obispos sentimos el deber de iluminar sobre la “ideología de género”, que, como nueva colonización, se está imponiendo en la educación de las jóvenes generaciones. Ante nuestra intervención, algunos servidores públicos y generadores de opinión han afirmado que la Iglesia “en su proclividad a la mentira”, y en “disconformidad” con los programas de educación para la sexualidad de nuestros niños y adolescentes, ha inventado un fantasma llamado “ideología de género”.
El Papa Francisco nos recuerda que: “(esta ideología) niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia”.
En reiteradas oportunidades hemos manifestado que no nos oponemos a una educación para la sexualidad; pero que esta debe ser integral, donde se aborde el tema de la verdadera diversidad sexual que se da entre varón y mujer, su natural atracción y complementariedad, la madurez con que ha de vivirse esta realidad querida por Dios.
No puede soslayarse el hablar de matrimonio, en el legítimo y natural sentido, de la fidelidad y del auténtico amor. Asimismo, de la castidad como virtud y opción de vida antes del matrimonio.
El tema es sumamente importante y delicado para imponerlo bajo parámetros de intolerancia; más bien debe prevalecer el diálogo sensato, sobre la base de la evidencia científica y la razón.
Las descalificaciones e intransigencias son manifestación de una construcción ideológica que no facilita el diálogo, ni mucho menos toma en cuenta a los padres y madres de familia, quienes tienen el derecho humano a decidir el tipo de educación religiosa y moral para sus hijos, según sus propias convicciones y su sistema de creencias.
También me pregunto: ¿el derecho a la objeción de conciencia en el desempeño profesional de los educadores se respetará? No son pocos los que sienten que enseñar algo contra su conciencia les resulta una imposición.
No olvidemos que la auténtica libertad se fundamenta en la Verdad.
“No nos oponemos a una educación para la sexualidad, pero esta debe ser integral”.