Para nosotros, los creyentes, anunciar a Cristo Resucitado conlleva el compromiso de promover el más hondo sentido de la vida. A la luz de la Pascua, la apuesta por el ser humano, por su dignificación, respeto, y defensa de su derecho a la vida, quedan más que justificados.
En efecto, el Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús Resucitado siendo, a la vez, el núcleo central de su misión redentora: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. (Jn 10, 10) Y es en esa “vida” donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre. En Cristo se expresa la grandeza y el valor de la vida humana desde su comienzo.
El Evangelio de la vida no es una doctrina distinta ni distante a la Palabra revelada, al contrario, está en su raíz. En el Resucitado descubrimos el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término. “En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política.” (Evangelium Vitae, n.2).
Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre y la mujer afecta el corazón mismo de la Iglesia, e inquieta el núcleo de su fe en la encarnación y resurrección del Hijo de Dios. “Hoy este anuncio es particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e indefensa.” (Idem, n.3).
Anunciar el Evangelio de la vida es colocar a la persona como centro fundamental de la política, la economía y la cultura. Respetar la vida es el principio legitimador básico de todo gobierno. Desde esta profunda convicción y desde su perspectiva interna de esperanza y futuro, es que todos hemos de sentirnos involucrados en instaurar la cultura de la vida.
El Evangelio de la vida se encarna al ofrecer a los ciudadanos ambientes seguros, sin violencia iniciando por la misma familia. También, actuando de manera efectiva, para la creación de empleos dignos, justamente remunerados, dejando de lado toda avaricia y egoísmo. En palabras del Papa Francisco: “Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario”. (Papa Francisco, Homilía de la Vigilia Pascual 11 de abril 2020).
Con el Señor Resucitado rechacemos la cultura de la muerte y abramos el corazón a la Vida. De modo especial, pido a los católicos y a todos los creyentes, no hipotecar su porvenir por presiones ideológicas, sino cultivar y fortalecer la cultura de la vida que es el verdadero futuro que debemos construir.