Víctor Hugo Murillo S.
Periodista jubilado
Comenzaba mi andar en el periodismo, en 1978, y el debate y ratificación de los tratados canaleros Torrijos-Carter, por parte del Senado de Estados Unidos acaparaban la atención de los medios de comunicación.
Tuve la dicha, como periodista bisoño, de seguir con sumo interés esa trascendental discusión y decisión.
Entre los opositores a los acuerdos entre Panamá y Estados Unidos se mezclaban argumentos como la defensa, seguridad y libre uso de la vía interoceánica hasta los más abyectos prejuicios contra los panameños.
Por ejemplo, que la administración en manos de estos sería sinónimo de caos, ineficiencia y toda suerte de descuidos (no serían capaces ni siquiera de dar mantenimiento al puente de las Américas).
Los tratados recibieron el sí del Senado y, tras una coadministración de 20 años, el canal pasó a manos de Panamá el 31 de diciembre de 1999.
Desde entonces, no se ha caído el puente de las Américas; más bien, se construyeron dos más sobre el canal y un cuarto está en camino.
Además, la vía se amplió en el año 2016 para permitir el paso de buques de mucho mayor tonelaje (los post-Panamax) y nunca, desde 1979, ha dejado de operar.
Ha afrontado problemas por bajas en el caudal (sobre todo, por efectos de El Niño) y hoy las autoridades del canal trabajan en un proyecto para construir otro lago artificial que surta de más agua para mejorar el funcionamiento de las esclusas.
Panamá ha demostrado capacidad y responsabilidad en la administración del canal.
Claro, siempre desde la óptica del imperialismo “neorooseveliano” de Trump, habrá excusas para intentar revivir los protectorados, como los sufrieron Panamá, Haití, Cuba y República Dominicana en el siglo XX.
El 31 de diciembre, Panamá rememoró y festejó los 25 años de la recuperación de su canal, una lucha trascendental para el ejercicio de su soberanía nacional.