En este paradisiaco espacio físico donde ponemos nuestros pasos, existen lugares especiales muy refrescantes que nos invitan a quedarnos ahí, sumergirnos en un lapso de introspección, donde acallar la mente y estacionar nuestros pensamientos.
Para mí es el pequeño parque rodeado de arboleda, de gente que dialoga con el silencio, donde me reconozco aprendiz de la vida, un noble y bello arte; este arte que nos acerca cada día más a lo excelso, a lo sublime, a la belleza, a la armonía, a dimensionar el amor de todo lo creado y de todo lo existente.
Cuando estoy en ese lugar soy solamente yo, sintiendo el destello de mi sol interno, despertando mis sentidos, despertando los recuerdos más bonitos, mi universo interior, haciéndome consciente que la capacidad de elevar mi conciencia, es lo que me hace más humana para transformar mi naturaleza con una actitud que implica un alto grado de humildad, pues solo necesito aprender.
Después de todo somos creaciones sumidos en un profundo letargo de nuestra conciencia, lo vemos a diario en las acciones equivocadas de la gente y en el “quemeimportismo” de quienes lo observan y no hacen nada por impedirlo, y finalmente de nada sirve gritar y revolverse en ese sentimiento de impotencia ante tanta mentira y tanta ceguera espiritual de la humanidad.
El trabajo es individual, aprender y estar conscientes de que los seres humanos tenemos una sola tarea, y es sentir el amor que todo lo llena, rompiendo aquellas estructuras que no nos pertenecen; cada quien es responsable de su vida y de cómo la vive, de cómo renace y encuentra su verdadera esencia como Ser.
*Docente, escritora y columnista internacional