El proceso electoral ha llegado a su final, y democráticamente, los costarricenses decidieron quien será el próximo presidente de nuestro país.
En su legítimo afán por convencer a los electores, los partidos políticos presentaron sus programas de gobierno, sus eventuales políticas públicas y las acciones que afectarán la vida personal y familiar de los ciudadanos.
Es comprensible que en un régimen democrático se manifestara visiones distintas y hasta opuestas sobre el modelo de país que se anhela; no obstante, la radicalización de los discursos nos puede llevar ahondar la división.
A partir de hoy, el presidente electo tiene como tarea primordial la unidad nacional, suscitando la convivencia social desde grandes y efectivos acuerdos entre los habitantes de nuestro país, donde participen todos los ciudadanos en el contexto de una democracia no sólo representativa, sino participativa. Todos somos responsables de buscar las soluciones a los grandes y graves problemas nacionales, sin delegar exclusivamente los retos de la historia patria a un presidente de la República y sus colaboradores cercanos.
A este propósito, y tratándose de un país que se manifiesta, mayoritariamente, creyente en Jesucristo, el Señor, quisiera contribuir desde ya recordando las palabras del apóstol Pablo: “Mantengan entre ustedes lazos de paz y permanezcan unidos en el mismo espíritu.” (Carta a los efesios 4,3). En efecto, a nosotros creyentes, en primer lugar, se nos manda vivir una vida coherente con la plegaria de Jesús: “Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.” Juan (17,21).
Las situaciones conflictivas deben superarse para continuar firmes y dispuestos a fomentar la unidad y la solidaridad en aras de recuperar el sentido social y colaborar en la construcción del bien común. “El ‘sálvese quien pueda’ se traducirá rápidamente en el ‘todos contra todos’, y eso será peor que una pandemia.” (Fratelli Tutti, n.36).
En esta etapa de la historia que nos corresponde vivir, debemos promover la fraternidad y la dignidad de cada persona humana. Pues, “Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos”. (Idem, n.8).
Miremos con esperanza el futuro que nos ofrece esta nueva etapa de convivencia social, desde la corresponsabilidad, y hagamos de Costa Rica un proyecto común de bienestar, particularmente para los más empobrecidos y sin oportunidades después de una grave sindemia. Manifestemos al mundo nuestra fraternidad traducida en solidaridad, para la construcción de la paz y la justicia social.
Por eso, pidamos a Dios que ilumine al gobernante electo y a su equipo de trabajo, para que apunten a generar políticas públicas desde el diálogo social y patriótico, que manifieste los valores perennes de nuestra sociedad costarricense.
Como Iglesia seguiremos comprometidos en la construcción del bien común, y desde aquellos que no cuentan, los pobres y marginados de nuestro país.
* Arzobispo Metropolitano