El último atentado perpetrado en una escuela en Nashville me impactó como nunca, a menos de una milla de la escuela estaban mis nietos recibiendo clases al igual que los niños que perecieron. Algunos dirán “eso pasa allá”, donde las armas de alto poder circulan con relativa facilidad, pero no aquí en nuestra pacífica Costa Rica… se nos olvida que Samuel falleció mientras dormía, víctima de una bala perdida que atravesó su corazón. Y no, no es la primera vez, tenemos niños lisiados, personas fallecidas mientras hacían sus compras en la pulpería, transeúntes heridos, atrapados en medio de una balacera de pandillas… cada vez con más frecuencia, las noticias dan cuenta de ejecuciones, ajustes de cuentas, robos, asaltos, bajonazos, asesinatos y secuestros.
La violencia, el crimen y la inseguridad están invadiendo nuestras ciudades, nuestras calles, llegan a nuestras escuelas y hogares de muchas formas: a veces son armas, a veces son golpes, a veces palabras hirientes, amenazas, violaciones, femicidios, acoso e infanticidios.
Si, infanticidios y violación de menores, crímenes que han sido desestimados por las autoridades, ignorados por las instituciones y tolerados por quienes tienen el deber de protegerles. Se puede decir que no se debe generalizar, pero un solo infanticidio, una sola violación, un solo embarazo juvenil es suficiente para entender que hemos fallado.
Un caso tan dramático y doloroso como el secuestro y la desaparición de Keibril nos ha abierto los ojos ante una realidad que nos negamos aceptar: nos hemos ido acostumbrado a convivir con la violencia, hemos subestimado el aumento en la criminalidad, la agresividad y el odio con el que coexistimos lo mismo en las calles, que en los hogares o las redes sociales.
La violación, el embarazo de una menor de tan solo 11 años y el secuestro de su pequeña ha puesto en evidencia la incapacidad de nuestra sociedad como un todo, de proteger a los más indefensos. Hoy han salido a la luz, además del aumento desmedido de asesinatos, decenas de embarazos juveniles producto de la violencia intrafamiliar y el abuso, casos que jamás fueron resueltos sea por trámites burocráticos que permitieron la impunidad de los perpetradores, por la indiferencia de las autoridades o la ineficacia del sistema.
Es inconcebible, indignante y doloroso pensar que a pesar de que la escuela y el hospital siguieron el protocolo y reportaron el embarazo y parto de una niña de tan solo 13 años, no se haya actuado con firmeza y prontitud para garantizar su protección y bienestar. Decir “ya basta” no es suficiente, hay que actuar, exigir cambios y sentar responsabilidades, sobre todo, sentar responsabilidades, porque las leyes y las instituciones por si solas pueden reunir los mejores protocolos y las disposiciones legales más estrictas, pero si los responsables de aplicarlas no lo hacen, ¡nada cambia! Si la investigación queda truncada por unas vacaciones, ¡nada pasa! Si la comunidad, empezando por la familia, no denuncia, el crimen descansa sobre el dolor de la víctima.
No podemos aceptar la violencia en ninguna de sus formas y no, no creo que sea nuestro deber como ciudadanos enfrentarnos al crimen organizado o la delincuencia común, para eso están las autoridades a quienes debemos apoyar, respaldar y respetar, como también exigir para que se tomen medidas para frenar el crimen. El primer responsable de restablecer el orden es el Estado y sus instituciones, pero también es cierto que la formación de quienes delinquen comienza en el hogar y se refuerza en las escuelas y colegios.
Sabemos que las causas que conducen a la proliferación de la violencia son múltiples, pero en Costa Rica habíamos podido disfrutar de estabilidad y paz social, gracias a una sólida institucionalidad sobre la que se levanta el Estado Social de Derecho y cuyo fortalecimiento debemos procurar para garantizar el acceso a la salud, a la educación de calidad, a la vivienda, al trabajo digno y a la superación personal, solo así podremos atacar en su raíz algunas de las causas que conducen a la desigualdad y dan base para que la violencia se enraíce.
¿Comenzamos a transitar por un camino muy peligroso o ya estamos inmersos en él? La realidad es que las víctimas se multiplican, los crímenes cada vez son mas violentos, la violencia se percibe en el aire, viaja en las palabras, golpea a los inocentes y no hay respuestas solo un creciente temor… temor a que la violencia siga escalando hasta convertirse en una epidemia incontrolable que toque las puertas de cada hogar y acabe con todo aquello que, por generaciones, ha construido un pueblo amante de la paz.